jueves, 9 de agosto de 2012

Días que no quieres escuchar


De esos días que no le deseas a nadie. De esos sonidos que de tan claros desearías jamás haber escuchado más que en películas y en la tele.
Sales a trabajar sin tener en cuenta el clásico “nunca sabes lo que pueda pasar en tu camino” ni tampoco el de  “nadie sabe cuándo llegará el día ni la hora”. Porque así salimos la mayoría de las veces, porque te envuelve la rutina, la vida y sus prisas y porque crees que tienes todo bajo control.
En un break entre una junta y una conferencia decides echar ojo a las redes sociales. No pueden ser casi las 10 de la mañana y tú sin saber cómo amaneció el mundo. Entonces te enteras de lo que pensaste era la peor nota del día: 14 cuerpos encontrados  en una camioneta como a 15 kilómetros de tus rumbos.  Luego de la chava asesinada el lunes (también por tu rumbo) piensas que eso no indica nada bueno. Sigues leyendo y brinca otra nota más: encuentran abandonada camioneta afuera del flamante centro comercial llena de explosivos y armas. Empieza la conferencia, pero no puedes concentrarte, aplicas el multitask y estás con un ojo al gato y otro al garabato. Sales a receso, comentas lo que acabas de leer. Todo mundo saca sus conjeturas. Es que ahora nos hemos vuelto cuasiexpertos en seguridad y manejamos un lenguaje técnico muy profesional: sicarios, granadas, “saldar cuentas”, levantón, etc…. Lo mismo de siempre, todos y nadie dicen nada creíble. Todos alrededor comentan lo hartos que están de lo que sucede y de repente escuchas ese sonido… así, justo como te han dicho que suenan los balazos.
Todos guardan silencio y aguzan el oído: “sí se oyeron hacia arriba, por el Tec, por Superama, por el Westin…”. Llamadas por teléfono alrededor, tú revisas las redes de nuevo, preguntas y obtienes respuestas de medios confiables: una persecución que desata balacera justo por tus rumbos, justo por donde los escuchaban. Te indican tener precaución y si estás por la zona, no salir.
Aparece tu amiga que casualmente aprovechó el receso para ir al banco y lo confirma, la ves pálida y temblando. Dice que ha pasado el peor susto de su vida y te narra lo que vio: efectivamente, una persecución con balacera bastante cerca de ustedes. No atinas más que a abrazarla con todas tus fuerzas, no sabes hacer más en estos casos. Finalmente, nadie nos ha enseñado.
Empieza tu mente a girar a mil por hora, piensas en los tuyos, en sus rutinas y en sus rumbos. Confirmas que todos estén bien, les explicas lo poco que sabes y les pides que se cuiden. Prometes hacer lo mismo por ti y te mantienes alerta.
Estás en una de esas llamadas cuando escuchas los balazos más cerca, no estás alucinando, los oyes y se te empieza a quebrar la voz al querer decir que estás bien. Repites que todo va a estar bien, no tanto para quien te escucha, sino para convencerte y notas que a tu interlocutor (casualmente, tu papá) también se le quiebra la voz, el hombre fuerte y grandote que te cuidaba de chiquita, está asustado.
Revisas redes nuevamente y te das cuenta que tú y tus compañeras no son las únicas, muchos por el rumbo vuelven a escuchar detonaciones muy cerca, a pesar de que se sabe “oficialmente” que la persecución  es ya por otro rumbo. En realidad no se sabe qué creer y quieres ser sensata y mantener la calma.
De alguna manera te las ingenias para seguir informándote y mostrarte fuerte. Todo mundo quiere tener datos y la información que lees no es agradable: los centros escolares del rumbo aplican código 2 (repliegue). Y es que a estas alturas no hay escuela que no conozca ya de estos códigos de seguridad en casos así.
Sigues en espera de noticias, ya no tienes nada que hacer en tu centro de trabajo, agradeces, junto con tus compañeras, que a la fecha no haya aún alumnas presentes (entran oficialmente el lunes), pues no sabes bien a bien qué tan exitosamente podrías manejar el famoso código 2.
No es normal vivir así, parecen lejanos los días en que escribías tanto al respecto y de alguna manera, ilusamente, creías que todo había quedado atrás. Como si por arte de magia las cosas se fueran a componer. Compruebas, con rabia, que no es así, que mientras no haya un compromiso real de las autoridades, que mientras nos sigamos dejando llevar por ideas de que eso pasa lejos, en la Huasteca, en la frontera, en Veracruz y en lugares que nos suenan ajenos a nuestra realidad y no sintamos empatía por quienes padecen esto en carne propia, nunca se va resolver. Cuestionas qué tanto tendrá que ver el que la sociedad comience a acostumbrarse a ver los muertos pasar, a ver a vecinos raros, carros raros, ricos raros y cosas así. Te acuerdas de esas historias que cuentan de los que prefieren vivir a todo y conseguir todos los bienes materiales que siempre quisieron aunque sea un poco tiempo y de manera fácil y aunque eso implique matar y morir. Esa cultura del hoy, del tenerlo todo y disfrutar al máximo, sin escrúpulos y nada más.
Por fin puedes salir, no sin antes escuchar por tercera vez en menos de 2 horas ese sonido, entre helicópteros y avionetas vuelves a escucharlo cerca. Escuchas las advertencias, esperas un rato prudente y autorizan la salida. Entras a casa y te encuentras un pajarito adentro. No te explicas cómo entró, pero está asustado. Quiere salir. Como en una cruel caricatura.
Agradeces estar en casa, avisas que estás bien y comienzas a conocer las historias de tus amigos: los que se quedaron pecho tierra en otras escuelas, los que vieron desde su casa a los soldados replegados en las paredes de su vecindario, a los que les pidieron permiso para entrar a su casa y brincarse por la azotea, los que estaban en las calles durante la larga persecución, los que vieron cuando los soldados detenían a algunos….
Lo cierto es que estás bien, que los tuyos también y que esto ha quedado sólo en un mal rato y en cambio de planes. El viaje con tus amigas que tenías planeado, queda suspendido, ni modo, es lo que la sensatez marca. Ya habrá momento, eso esperas…
¿Será que de veras hay manera de que pase esta pesadilla? ¿Será que como sociedad nos está faltando hacer algo que deberíamos? ¿Será que no tenemos más remedio que rezar pues estamos en medio de una zona peligrosa y ya? ¿Será que todo es culpa solamente de las autoridades? ¿Será que los malosos son malos porque “así quiso Dios” o serán la falta de oportunidades laborales y educativas las que están fallando? ¿Será que mis alumnas y mis hijos recuperarán su ciudad?
Por lo pronto, me quedo con lo que está en mis manos hacer: guardar la calma en cualquier situación y abrazar y decirle a los míos cuánto los quiero y lo mucho que me importan cada que pueda.
(más info y datos precisos en: http://t.co/70GCHD8O )

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente columna, con una descripciòn que transportas.. Es una làstima leer este tipo de notas tan terribles en una ciudad que hace no mucho era tranquila, yo vivì felìz en ella cuatro años, y disfrutè sus plazas, el centro hermoso y cada uno de sus rincones.. Yo soy de Sonora y las noticias son similares, pero como alguien dijo, violencia es violencia.. Lo lamentable es que las autoridades se hagan de la vista gorda... Cuìdate mucho!!

Armando dijo...

EXTRAORDINARIO COMENTARIO SOBRE LA VIOLENCIA, QUE POR DESGRACIA ESTA A NIVEL NACIONAL.

LAS RAICES ESTÁN PODRIDAS. TODO VIENE DE ABAJO DE LO PROFUNDO. NADA DE ESTO ES SUPERFICIAL.