sábado, 3 de septiembre de 2011

Clases de ciudadanía y defensa personal

Lo confieso, estaba un poco reacia a darle al teclado últimamente, como dicen los profesionales “esta realidad abrumadora” me tenía como atolondrada. Los niveles de violencia, de horror y de aberraciones a los que hemos tenido que enfrentarnos no tienen comparación. Los ejemplos del horror a nivel macro no es necesario repetirlos para reseñarlos. Me decidí a dejar algo en este espacio pues en parte, su intención es hacer una especie de recuento de los días. No queda más remedio, son días de horror y aunque no quiero describirlos, estoy consciente de que la única manera de contribuir a evitar que se repitan los errores es teniéndolos bien presentes, al menos eso dicen los expertos en historia y a final de cuentas esto no será más que un registro. No quiero que esto se repita. No quiero que ninguna generación más en México (de hecho, en ningún otro lado) tenga que enfrentar el miedo que poco a poco ha comenzado a permear entre nosotros.

El miedo se siente, se ve y casi puedo decir que hasta se puede oler. Lo peor del caso es que así como permea el miedo, de manera inversamente proporcional disminuye nuestra capacidad de asombro. Nos hemos habituado al horror, a la ilegalidad y a la anormalidad. Los parámetros para medir lo que está bien y lo que está mal cada vez son más difusos. Esa pequeña línea que divide lo legal de lo ilegal hay quienes cada vez la tienen más borrada.

“Bueno, dicen muchos, es que ya estando en ésas, pues quién sabe qué haría”. Expresidentes que recomiendan pactar con el narco, policías que pasan de abusar de la autoridad a no ejercer sus obligaciones de imponer la ley cuando se ven amedrentados por unos gritos y unos empujones. El horror encima del horror al ver cuerpos calcinados, gente inocente que muere porque unos deciden pactar protección con un grupo. Y lo dicen así, abiertamente y no pasa nada. Para colmo, hay quienes se sienten muy elevados y hasta parece que se regodean con tanta desgracia para poder venir a gritar aquello de “muerte a Calderón” y cosas por el estilo ¿de verdad creen que con eso mágicamente se resolverá todo? ¿Es la mejor propuesta que se les ocurre? ¿Eso es lo mejor que tienen para aportarnos a los demás? No sé qué me parece más terrible, si la tragedia que enfrentamos o la división y el extremismo social, ni para dónde hacerse…

No es por hacerme la mártir, créanme, a como están las cosas y luego de ver por las que muchos han tenido que pasar me siento en la gloria. Tampoco quiero sonar repetitiva, creo que en este bló he escrito hasta el cansancio sobre la deuda social que tenemos con la siguiente generación. Pero últimamente el tratar de manejar todo lo que sucede y hacerlo más digerible para mis alumnas cada día se me complica más ¿cómo les hablo de la importancia del Derecho Positivo cuando ven que la efectividad de las leyes es cosa de risa? ¿De qué manera puede uno hablar de coercibilidad de la ley y del deber que tiene el Estado de imponerla cuando las autoridades o bien están coludidas con el enemigo o bien se tuercen ante las primeras leidis que les gritonean? ¿Cómo se explica la garantía a la seguridad, el análisis histórico de los Derechos Humanos, el respeto al 16 Constitucional y cosas por el estilo cuando basta con una ojeada a cualquier medio para darse cuenta que eso son cosas que aquí y en muchos otros lugares no tienen ninguna efectividad?  ¿De qué manera se puede hablar de libertad de tránsito y de expresión cuando autoridades se atreven a acusar de terrorismo cuando no tienen cómo resolver algo y a “sugerir” a la ciudadanía de ciertas ciudades no salir de noche?

Sinceramente, el jueves que sucedió la tragedia en Monterrey, en el colmo del horror, se me caía la cara de vergüenza al ir a despedir a la minibanda y darles las buenas noches. Más bien, tenía ganas de pedirles disculpas y retirarme. Lo mismo sucedió al día siguiente, al enfretarme a un grupo de clase. Ansioso por que se les explicara lo que sucedía, que se les dijera quién podía ser el culpable de tales atrocidades. Al querer encontrarlos, no pude evitar en cierto modo encontrarme a mí misma en la lista ¿cómo fue que permitimos llegar a este nivel de deshumanización? ¿En dónde estábamos cuando el horror comenzó a escalar a estos niveles?

Mal que bien traté de dar una explicación coherente a la realidad que presenciaban. Parte importante de mi “material didáctico” es la información actual. Con noticias, reportajes, editoriales y distintos artículos voy ejemplificando los temas de clase. Es una manera de volver significativo el aprendizaje que me ha funcionado bastante bien. Mis alumnas lo saben y por eso se sienten con la confianza de preguntar y comentar sobre lo que sucede. Las clases se prestan para eso. Pero la idea central no es que se comente lo que sale en las noticias, nos lamentemos, critiquemos y ya. Lo verdaderamente importante es sacar algo de eso, una lección que se les quede de por vida, ése es el reto.

Así que además de relacionar realidad-temas de clase hay algunas cosas que he procurado dejar en claro y ojalá se les queden para siempre. Lo reitero, me siento culpable del país que tenemos en gran medida, por desidia, por apatía y por comodidad hemos dejado escalar las cosas a estos niveles. Desafortunadamente, como sociedad confirmo que nos falta mucho por hacer y no se trata de rasgarnos vestiduras, ni siquiera de tener que acudir a cuanta marcha y manifestación se convoque. Hay cosas esenciales para demostrar ciudadanía y principios.

La primera sería convertir el miedo en motor, en impulso y decisión para movernos.  De ahí partir a cosas tan elementales como la confianza y el apoyo a los demás, es necesario volver a ver al “otro” no como extraño, sino como alguien con más cosas en común conmigo de las que imagino. No se trata de ir confiando en cuanto extraño pase frente a nosotros, pero tanto “sospechosismo” no nos ha dejado nada bueno. Conocer a los vecinos, a los papás de nuestros hijos, estar al pendiente de lo que les pasa a los demás. Ser más solidario con las necesidades de nuestra comunidad y participar activamente en ella.

Otra básica es denunciar. Sé que las autoridades solas se han encargado de fraguar esa desconfianza ciudadana y el que logren que se vuelva a confiar en ellas no es cosa fácil ni de un día para otro, pero también es cierto que el silencio genera más complicidad y tampoco ayuda a que las cosas mejoren. No hay como levantar la voz y señalar abusos. La denuncia puede ser a niveles de autoridad más elevados, a organismos ciudadanos o civiles (Derechos Humanos, CONAPRED, etcétera) que han demostrado cumplir con su labor o bien, a los medios. Quizá sea molesto, quizá se pueda pensar que es una pérdida de tiempo. Pero no hay de otra, es la única herramienta con que contamos para no caer en el juego.

Dejar de ver como normales situaciones y cosas que no lo son. No podemos seguir habituándonos a ver excesos y ejemplos de falta de ética y considerar que porque “todo mundo lo hace” son cosas que están bien. El que todo mundo de mordida no deja de ser corrupción, el que muchos compren piratería no deja de ser delito. El que muchos violen la ley sin que la autoridad haga algo no deja de ser grave. El que muchos se enriquezcan ilícitamente, y peor, hagan gala de ello, no deja de ser ilegal y de tener que denunciarse. Es cosa de que todos levantemos la voz y dejémos de ser cómplices por pasividad.

La última que de momento se me ocurre, es mantenerse informado. Por informado entiéndase de fuentes confiables ¿Que cuáles son éstas? No sé si decir que las autoridades, hasta cierto punto sí. Actualmente hay muchos medios que cumplen con su función de manera responsable. Es labor de cada quién localizarlos y seguirlos. Afortunadamente contamos con muchos medios para hacerlo. No se vale acusar de que nos quieren ocultar información y luego ponernos a esparcir rumores, hay que verificar las fuentes en la medida de lo posible y actuar con sensatez antes de repetir lo que se lee o se escucha para evitar causar pánico innecesario y caer en la paranoia.

A continuación, dejo como ejemplo algo que nos sucedió hace poco, afortunadamente con final feliz:

Sábado20 de agosto, 2:34 PM, justo cruzábamos la caseta de cobro de Tepozotlán, ésa que todos ubicamos como la “entrada” a México, por ser donde inicia la zona conurbada del Estado de México con el Distrito Federal.

En cuanto pagamos la caseta me dispuse a avisarle a quienes nos esperaban en el DF que ya estábamos a punto de llegar y a ultimar detalles cuando una camioneta tipo pickup habilitada como “patrulla” nos hace señales no de detenernos (después supe que no estaba facultado para hacerlo pues circulábamos sobre carretera federal) sino de salirnos hacia la lateral. Escucho a Diego decir “¡Chin, ya nos pararon!!!” Efectivamente, la supuesta patrulla TM15 del Estado de México, aunque no portaba placas de circulación, ni contaba con número de patrulla ni descripción en la parte posterior del vehículo como se supone debe tenerlo. Discutimos brevemente sobre lo que teníamos qué hacer, pues no podíamos evitar recordar todas las historias tremendas que conocemos de primera mano relacionadas con este tipo de detenciones que van de extorsiones a secuestros express. Seguimos a la patrulla y nos indicó detenernos.

Al pararnos, nosotros estábamos prácticamente seguros que debía ser una confusión, el típico “te paro a ver qué te saco” y resultó algo parecido, con el infortunio de que nos tenía en sus manos: resulta ser que el tercer sábado de cada mes los automóviles con placas foráneas no circulan en el DF y zona metropolitana. Justo caíamos en ese supuesto de la ley, dirían mis colegas abogados. El pseudoagente nos lo demostró con un reglamento que traía a la mano. Así que si tienes placas foráneas, no importa si tu auto es último modelo y no es necesario que no haya precontingencia o contingencia ambiental. No importa si ya pasan de las 11 AM como lo marca también el reglamento. Los sábados de todo el mes están organizados para que ciertos vehículos no circulen. Punto.

Entiendo perfectamente que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. Otra cosa más que a los abogados les gusta decir y que tengo muy claro. Pero también conozco la enorme tendencia de ciertas autoridades a caer en eso que conocemos como abuso de poder y que desafortunadamente, sin temor a generalizar en vano, a los policías, tránsitos y demás agentes de Estado de México se les da bastante bien y no estábamos dispuestos a ser una víctima más.

Aquí cabe enfatizar el buen tino que tuvo el agente en detenernos justo frente a un centro comercial lleno de cajeros, para lo que se pudiera ofrecer. Inmediatamente nos pidió que le entregáramos la licencia, Diego la traía consigo, la tarjeta de circulación también, se molestó porque no se la queríamos entregar, sólo mostrar. Insistíamos en que se identificara, que nos diera su nombre pues no portaba placa de identificación pero nunca lo hizo. Al notar el rumbo que esto comenzaba a tomar, decidí hacer una llamada para pedir un consejo pues a estas alturas el agente insistía en llamar a una grúa, cosa que supuestamente hacía vía Nextel (sí, a mí también me dio como risa nerviosa el detalle ¿de cuándo acá los tránsitos traen Nextel?). Como nos vió renuentes a caer tan fácilmente, le pidió a Diego que se bajara para poder hablar con él “entre hombres” dijo y hasta comentó que porque yo estaba muy “nerviosita”. Le molestó que yo siguiera hablando por teléfono y le pidió $4,000 pesos para evitar llamar a la grúa, obviamente sugirió que si no traíamos efectivo, lo sacáramos del cajero. Insistió incluso en que si no cooperábamos, además de la grúa, nos llevaría detenidos por “desacato a la autoridad” (sospecho que a “alguien” se le hizo agua la boca de pensar en dejarme “guardadita” por lo menos 24 hrs., al fin que él sí cooperaba con la autoridad y yo era la “nerviosita”, pero se aguantó) Diego se negó a darle dinero, le pidió que nos escoltara del otro lado de la caseta y que ahí dejaríamos el vehículo pero el oficial aplicó la clásica “eso no se va a poder joven” así que regresó al carro con el “oficial” detrás de él y entonces surgió la magia: yo seguía hablando por teléfono y comentaba con “mi representante legal” que esperaba que me mandara el  teléfono de la Comisión Estatal de Derechos Humanos del Estado de México (01 800 999 4000) para pedir que acudiera un visitador a testificar el caso. Fue cuestión de que el agentucho escuchara Derechos Humanos, para que desistiera de su intento de soborno. Amablemente nos sugirió que dejáramos el carro estacionado en el hotel que estaba adelante y que no lo moviéramos hasta el día siguiente y desapareció. Eso fue exactamente lo que hicimos.