miércoles, 2 de noviembre de 2011

Pero el gusto que me da, es que cuando yo me muera...

“Vieras la buena suerte que tuve: luego luego que llegué, se murió la Carola y no sabes lo bonito que estuvo el funeral..” así comenzó el relato de doña Lucía, mi mamanina, cuando mi mamá le preguntó que cómo había estado su regreso a la Higuera, luego de unos días de estancia por el centro del país (San Luis Potosí, D.F. y Pachuca, visitando a sus hijos, nietos y bisnietos).
Es que, acá entre nos, para doña Lucía no hay mejor evento que un buen funeral. Adora todo tipo de festividad, pero muy en el fondo, se nota que lo que más disfruta son los sepelios y todos sus rituales. Se los sabe tan bien, que fácilmente podría ser algo así como una funeralplanner: Se pone triste cuando va a un funeral y no hay gente. Ni se diga si llega y ve que nadie llora, eso sí no lo puede tolerar y entonces llora ella, como si el muerto le fuera propio. Eso del pésame se la da naturalito, lo mismo que los rezos, el rosario completito y todos los pasos que un buen sepelio deben incluir. Cuando está de visita aquí, gustosa te acompaña a una velación si es que hay necesidad de acudir.
Es por eso que nunca se pierde un evento de esta magnitud. Es más fácil que falte a una boda que a un sepelio en la Higuera de Zaragoza y por eso le preocupa mucho la gente que no va o que no manda su telegrama para dar el pésame a la familia del difunto como manda la tradición. Así que entre sus misiones está llamarle a cada uno de sus 11 hijos para avisarle cada que alguien del pueblo fallece y pedirle que mande su telegrama (pedirle es poco, más bien, es ordenarle).
Cuando aún vivía mi Papanino, discutían mucho porque a él no le gustaban los funerales. Así es, casi 60 años de matrimonio y nunca logró convencerlo de acudir por voluntad propia a uno de ellos. Siempre que iba, era a regañadientes. “El gusto que me va a dar Roberto, es que cuando tú te mueras, nadie irá a velarte, porque eres muy incumplido.” le amenazaba, a lo que don Roberto siempre respondía “Qué me importa que no vayan, total, yo ya voy a estar muerto y ni cuenta me voy a dar. La que va a sufrirlo serás tú que eres taaaaan cumplida, al ver que no viene nadie.” No sé cuantas veces escuchamos esa conversación y nos reíamos de ella. Lo cierto es que cuando falleció mi Papanino eran ríos de gente los que acudieron a velarlo. No sabemos exactamente si fue por mérito propio, o por cumplir con mi Mamanina, el chiste es que en su casa no cabía un alma y todos los que llegaron fueron atendidos.
La suerte de doña Lucía de llegar justo a tiempo para la muerte de su amiga la Carola consistió en no perderse tan magno evento, digno de ser narrado:
Resulta ser que la Carola y el Pancho tenían muchos años de casados, pero desde hacía 30 el Pancho tenía otra mujer con la que vivía y tuvo hijos. La Carola, digna ella, nunca dejó de decir que era su marido. Orgullosa ella de ser su mujer, lo único que atinó fue a dejarle de hablar desde entonces y a dedicarle frases y canciones cada que se reunía con sus amigas y llevaban a Los M´hijos a acompañarlas para cantar durante algún festejo. La Carola pedía rolas de las fuertes, de esas llegadoras y siempre repetía “Pero el gusto que me ha de dar cabrón, es que cuando me muera, conmigo te he de llevar y ahí sí vas a ser mío para siempre…” luego le daba un trago a su Pacifiquito para entonarse.
Como mi Mamanina lo anunció en su llamada, pues resulta que la Carola falleció de repente y se hicieron los funerales como marca la tradición sinaloense, todo el pueblo invitado, mucha barbacoa para la velación, cervezas, café y cebada en abundancia. La banda contratada por los hijos de la Carola tocaba las canciones que ella le gustaban. Tal como lo había querido. Todos sus hijos, nietos y demás amistades y parentela reunidos. Por supuesto que el Pancho acudió, faltaba más, tenía que estar en el funeral de su legítima esposa. Eso sí, como que no hallaba su lugar, así que en lugar de estar en el patio, donde velaban a la Carola (“tan bonita y serena que se veía”, comentó mi Mamanina, “muy blanquita y chapeada que la dejaron”), el Pancho se refugió de los comentarios, los rezos y el bullicio en la cocina de la que había sido su casa. Sentado con cara de compungimiento estaba cuando una de sus hijas muy acomedidas se acercó para llevarle un café pues lo veía desmejorado. Cual va siendo su sorpresa al querérselo entregar y ver que no respondía. Así de simple, el Pancho, ya no reaccionaba. Le hablaron, lo movieron, lo jurgunearon y nada…. el Pancho había fallecido. Un infarto dijo el doctor.
No hubo más remedio para la segunda familia del Pancho que organizar también su funeral para llorarlo como Dios manda. Sólo unas casas separaban la casa de la Carola de la del Pancho y su otra señora (disculpen que no recuerde su nombre) así que para los dolientes no fue complicado pasar a dar el pésame de una a otra y cumplir en ambas. Eso sí, al Pancho también le gustaba la banda y sus hijos no estaban dispuestos a que el funeral de la Carola opacara el de su padre y le llevaron otra. El sonido de ambas se mezclaba en la calle y se podía escuchar desde las afueras de la Higuera de Zaragoza.
Fue así como seguidos por la banda que tocaba las canciones más tradicionales para la ocasión y las favoritas de ambos que fueron acompañados al panteón prácticamente por todo el pueblo y demás gente que acudió desde lejos a despedirlos. No sabría decirles con exactitud si el Pancho se quedará con la Carola para siempre, desafortunadamente, no tengo los medios para constatarlo, pero de que se lo llevó con ella, todo parece indicar que así fue…

sábado, 3 de septiembre de 2011

Clases de ciudadanía y defensa personal

Lo confieso, estaba un poco reacia a darle al teclado últimamente, como dicen los profesionales “esta realidad abrumadora” me tenía como atolondrada. Los niveles de violencia, de horror y de aberraciones a los que hemos tenido que enfrentarnos no tienen comparación. Los ejemplos del horror a nivel macro no es necesario repetirlos para reseñarlos. Me decidí a dejar algo en este espacio pues en parte, su intención es hacer una especie de recuento de los días. No queda más remedio, son días de horror y aunque no quiero describirlos, estoy consciente de que la única manera de contribuir a evitar que se repitan los errores es teniéndolos bien presentes, al menos eso dicen los expertos en historia y a final de cuentas esto no será más que un registro. No quiero que esto se repita. No quiero que ninguna generación más en México (de hecho, en ningún otro lado) tenga que enfrentar el miedo que poco a poco ha comenzado a permear entre nosotros.

El miedo se siente, se ve y casi puedo decir que hasta se puede oler. Lo peor del caso es que así como permea el miedo, de manera inversamente proporcional disminuye nuestra capacidad de asombro. Nos hemos habituado al horror, a la ilegalidad y a la anormalidad. Los parámetros para medir lo que está bien y lo que está mal cada vez son más difusos. Esa pequeña línea que divide lo legal de lo ilegal hay quienes cada vez la tienen más borrada.

“Bueno, dicen muchos, es que ya estando en ésas, pues quién sabe qué haría”. Expresidentes que recomiendan pactar con el narco, policías que pasan de abusar de la autoridad a no ejercer sus obligaciones de imponer la ley cuando se ven amedrentados por unos gritos y unos empujones. El horror encima del horror al ver cuerpos calcinados, gente inocente que muere porque unos deciden pactar protección con un grupo. Y lo dicen así, abiertamente y no pasa nada. Para colmo, hay quienes se sienten muy elevados y hasta parece que se regodean con tanta desgracia para poder venir a gritar aquello de “muerte a Calderón” y cosas por el estilo ¿de verdad creen que con eso mágicamente se resolverá todo? ¿Es la mejor propuesta que se les ocurre? ¿Eso es lo mejor que tienen para aportarnos a los demás? No sé qué me parece más terrible, si la tragedia que enfrentamos o la división y el extremismo social, ni para dónde hacerse…

No es por hacerme la mártir, créanme, a como están las cosas y luego de ver por las que muchos han tenido que pasar me siento en la gloria. Tampoco quiero sonar repetitiva, creo que en este bló he escrito hasta el cansancio sobre la deuda social que tenemos con la siguiente generación. Pero últimamente el tratar de manejar todo lo que sucede y hacerlo más digerible para mis alumnas cada día se me complica más ¿cómo les hablo de la importancia del Derecho Positivo cuando ven que la efectividad de las leyes es cosa de risa? ¿De qué manera puede uno hablar de coercibilidad de la ley y del deber que tiene el Estado de imponerla cuando las autoridades o bien están coludidas con el enemigo o bien se tuercen ante las primeras leidis que les gritonean? ¿Cómo se explica la garantía a la seguridad, el análisis histórico de los Derechos Humanos, el respeto al 16 Constitucional y cosas por el estilo cuando basta con una ojeada a cualquier medio para darse cuenta que eso son cosas que aquí y en muchos otros lugares no tienen ninguna efectividad?  ¿De qué manera se puede hablar de libertad de tránsito y de expresión cuando autoridades se atreven a acusar de terrorismo cuando no tienen cómo resolver algo y a “sugerir” a la ciudadanía de ciertas ciudades no salir de noche?

Sinceramente, el jueves que sucedió la tragedia en Monterrey, en el colmo del horror, se me caía la cara de vergüenza al ir a despedir a la minibanda y darles las buenas noches. Más bien, tenía ganas de pedirles disculpas y retirarme. Lo mismo sucedió al día siguiente, al enfretarme a un grupo de clase. Ansioso por que se les explicara lo que sucedía, que se les dijera quién podía ser el culpable de tales atrocidades. Al querer encontrarlos, no pude evitar en cierto modo encontrarme a mí misma en la lista ¿cómo fue que permitimos llegar a este nivel de deshumanización? ¿En dónde estábamos cuando el horror comenzó a escalar a estos niveles?

Mal que bien traté de dar una explicación coherente a la realidad que presenciaban. Parte importante de mi “material didáctico” es la información actual. Con noticias, reportajes, editoriales y distintos artículos voy ejemplificando los temas de clase. Es una manera de volver significativo el aprendizaje que me ha funcionado bastante bien. Mis alumnas lo saben y por eso se sienten con la confianza de preguntar y comentar sobre lo que sucede. Las clases se prestan para eso. Pero la idea central no es que se comente lo que sale en las noticias, nos lamentemos, critiquemos y ya. Lo verdaderamente importante es sacar algo de eso, una lección que se les quede de por vida, ése es el reto.

Así que además de relacionar realidad-temas de clase hay algunas cosas que he procurado dejar en claro y ojalá se les queden para siempre. Lo reitero, me siento culpable del país que tenemos en gran medida, por desidia, por apatía y por comodidad hemos dejado escalar las cosas a estos niveles. Desafortunadamente, como sociedad confirmo que nos falta mucho por hacer y no se trata de rasgarnos vestiduras, ni siquiera de tener que acudir a cuanta marcha y manifestación se convoque. Hay cosas esenciales para demostrar ciudadanía y principios.

La primera sería convertir el miedo en motor, en impulso y decisión para movernos.  De ahí partir a cosas tan elementales como la confianza y el apoyo a los demás, es necesario volver a ver al “otro” no como extraño, sino como alguien con más cosas en común conmigo de las que imagino. No se trata de ir confiando en cuanto extraño pase frente a nosotros, pero tanto “sospechosismo” no nos ha dejado nada bueno. Conocer a los vecinos, a los papás de nuestros hijos, estar al pendiente de lo que les pasa a los demás. Ser más solidario con las necesidades de nuestra comunidad y participar activamente en ella.

Otra básica es denunciar. Sé que las autoridades solas se han encargado de fraguar esa desconfianza ciudadana y el que logren que se vuelva a confiar en ellas no es cosa fácil ni de un día para otro, pero también es cierto que el silencio genera más complicidad y tampoco ayuda a que las cosas mejoren. No hay como levantar la voz y señalar abusos. La denuncia puede ser a niveles de autoridad más elevados, a organismos ciudadanos o civiles (Derechos Humanos, CONAPRED, etcétera) que han demostrado cumplir con su labor o bien, a los medios. Quizá sea molesto, quizá se pueda pensar que es una pérdida de tiempo. Pero no hay de otra, es la única herramienta con que contamos para no caer en el juego.

Dejar de ver como normales situaciones y cosas que no lo son. No podemos seguir habituándonos a ver excesos y ejemplos de falta de ética y considerar que porque “todo mundo lo hace” son cosas que están bien. El que todo mundo de mordida no deja de ser corrupción, el que muchos compren piratería no deja de ser delito. El que muchos violen la ley sin que la autoridad haga algo no deja de ser grave. El que muchos se enriquezcan ilícitamente, y peor, hagan gala de ello, no deja de ser ilegal y de tener que denunciarse. Es cosa de que todos levantemos la voz y dejémos de ser cómplices por pasividad.

La última que de momento se me ocurre, es mantenerse informado. Por informado entiéndase de fuentes confiables ¿Que cuáles son éstas? No sé si decir que las autoridades, hasta cierto punto sí. Actualmente hay muchos medios que cumplen con su función de manera responsable. Es labor de cada quién localizarlos y seguirlos. Afortunadamente contamos con muchos medios para hacerlo. No se vale acusar de que nos quieren ocultar información y luego ponernos a esparcir rumores, hay que verificar las fuentes en la medida de lo posible y actuar con sensatez antes de repetir lo que se lee o se escucha para evitar causar pánico innecesario y caer en la paranoia.

A continuación, dejo como ejemplo algo que nos sucedió hace poco, afortunadamente con final feliz:

Sábado20 de agosto, 2:34 PM, justo cruzábamos la caseta de cobro de Tepozotlán, ésa que todos ubicamos como la “entrada” a México, por ser donde inicia la zona conurbada del Estado de México con el Distrito Federal.

En cuanto pagamos la caseta me dispuse a avisarle a quienes nos esperaban en el DF que ya estábamos a punto de llegar y a ultimar detalles cuando una camioneta tipo pickup habilitada como “patrulla” nos hace señales no de detenernos (después supe que no estaba facultado para hacerlo pues circulábamos sobre carretera federal) sino de salirnos hacia la lateral. Escucho a Diego decir “¡Chin, ya nos pararon!!!” Efectivamente, la supuesta patrulla TM15 del Estado de México, aunque no portaba placas de circulación, ni contaba con número de patrulla ni descripción en la parte posterior del vehículo como se supone debe tenerlo. Discutimos brevemente sobre lo que teníamos qué hacer, pues no podíamos evitar recordar todas las historias tremendas que conocemos de primera mano relacionadas con este tipo de detenciones que van de extorsiones a secuestros express. Seguimos a la patrulla y nos indicó detenernos.

Al pararnos, nosotros estábamos prácticamente seguros que debía ser una confusión, el típico “te paro a ver qué te saco” y resultó algo parecido, con el infortunio de que nos tenía en sus manos: resulta ser que el tercer sábado de cada mes los automóviles con placas foráneas no circulan en el DF y zona metropolitana. Justo caíamos en ese supuesto de la ley, dirían mis colegas abogados. El pseudoagente nos lo demostró con un reglamento que traía a la mano. Así que si tienes placas foráneas, no importa si tu auto es último modelo y no es necesario que no haya precontingencia o contingencia ambiental. No importa si ya pasan de las 11 AM como lo marca también el reglamento. Los sábados de todo el mes están organizados para que ciertos vehículos no circulen. Punto.

Entiendo perfectamente que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. Otra cosa más que a los abogados les gusta decir y que tengo muy claro. Pero también conozco la enorme tendencia de ciertas autoridades a caer en eso que conocemos como abuso de poder y que desafortunadamente, sin temor a generalizar en vano, a los policías, tránsitos y demás agentes de Estado de México se les da bastante bien y no estábamos dispuestos a ser una víctima más.

Aquí cabe enfatizar el buen tino que tuvo el agente en detenernos justo frente a un centro comercial lleno de cajeros, para lo que se pudiera ofrecer. Inmediatamente nos pidió que le entregáramos la licencia, Diego la traía consigo, la tarjeta de circulación también, se molestó porque no se la queríamos entregar, sólo mostrar. Insistíamos en que se identificara, que nos diera su nombre pues no portaba placa de identificación pero nunca lo hizo. Al notar el rumbo que esto comenzaba a tomar, decidí hacer una llamada para pedir un consejo pues a estas alturas el agente insistía en llamar a una grúa, cosa que supuestamente hacía vía Nextel (sí, a mí también me dio como risa nerviosa el detalle ¿de cuándo acá los tránsitos traen Nextel?). Como nos vió renuentes a caer tan fácilmente, le pidió a Diego que se bajara para poder hablar con él “entre hombres” dijo y hasta comentó que porque yo estaba muy “nerviosita”. Le molestó que yo siguiera hablando por teléfono y le pidió $4,000 pesos para evitar llamar a la grúa, obviamente sugirió que si no traíamos efectivo, lo sacáramos del cajero. Insistió incluso en que si no cooperábamos, además de la grúa, nos llevaría detenidos por “desacato a la autoridad” (sospecho que a “alguien” se le hizo agua la boca de pensar en dejarme “guardadita” por lo menos 24 hrs., al fin que él sí cooperaba con la autoridad y yo era la “nerviosita”, pero se aguantó) Diego se negó a darle dinero, le pidió que nos escoltara del otro lado de la caseta y que ahí dejaríamos el vehículo pero el oficial aplicó la clásica “eso no se va a poder joven” así que regresó al carro con el “oficial” detrás de él y entonces surgió la magia: yo seguía hablando por teléfono y comentaba con “mi representante legal” que esperaba que me mandara el  teléfono de la Comisión Estatal de Derechos Humanos del Estado de México (01 800 999 4000) para pedir que acudiera un visitador a testificar el caso. Fue cuestión de que el agentucho escuchara Derechos Humanos, para que desistiera de su intento de soborno. Amablemente nos sugirió que dejáramos el carro estacionado en el hotel que estaba adelante y que no lo moviéramos hasta el día siguiente y desapareció. Eso fue exactamente lo que hicimos.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Lecciones de Kikuchi, fe y manga japonesa

Estos dos últimos meses pasaron muchas cosas a alta velocidad. De esas veces que ahora, en calma, volteas hacia atrás y te aparecen como flashazos. Incluso en desorden, hay muchos detalles que no recuerdo en qué orden ocurrieron, cosa que para mí, que se supone cuento con memoria fotogénica para esas cosas, me abruma un poco. Decirlo en corto es fácil, la operación de 2 de la minibanda en menos de un mes, en el inter, la primera comunión de la grande aunado al cierre del ciclo escolar y otras minucias que siempre aparecen para ponerle sazón a la vida, para que demostremos de qué estamos hechos y para que aprendamos otras cosas más… me explico:
En un post previo en este amable, extraño, raro, empalagosón, remilgoso, quejumbroso, demandante y querido espacio les contaba las aventuras y reflexiones a las que tuvimos que enfrentarnos cuando operaron al Gordo, pues la vida nos tenía preparada otra sacudida, como que con eso no había sido suficiente para nosotros.
Aquí aprovecho para contarles un poco cuestiones de fe o creencias religiosas si así prefieren llamarles. Resultase ser que no puedo decir que sea una católica ejemplar. Aunque los más abiertos quizá me consideren el vivo ejemplo de la mochez. No lo creo así, siempre he tenido problemas con eso de creer sin cuestionar. Esa maña mía de andar queriendo averiguar cosas de más, de pensarle, de buscarle, de preguntar… eso de creer cosas que “dicen” son dogmas y punto, se me complica. Así que según me he enterado y las conjeturas que he sacado, estoy condenadita al infierno por andarme con mis cosas, por andar de hereje diría mi abuelita o de rebeldosa e irreverente dirían otros más. Eso sí, he sido muy afortunada al poder constatar la presencia de Dios en mi vida en muchas ocasiones y de ser, quizá inmerecidamente, beneficiada con sus bendiciones y tengo la fortuna de conocer el poder del Capital de Gracias como medio para estar en contacto con Dios. Así que no me puedo quejar y menos después de tanta cosa recibida.
Dicen que Dios no pone sobre nuestros hombros cargas que no seamos capaces de soportar y que siempre hay ángeles a nuestro alrededor. Por lo pronto, esas son premisas que sí he podido comprobar.
La última visita al hospital, motivada por una cosa rara, autoinmune, de resolución espontánea en 3 meses llamada enfermedad de Kikuchi Fujimoto me tuvo (quizá deba decir “nos tuvo”) al borde de la crisis. Es tan extraño el síndrome y más en niños, que la detección de lo que padecía Pelón fue muy complicada y en el inter se nos habló de un diagnóstico diferencial con linfoma (ya hasta manejo con familiaridad la jerga médica ¿vieron?). De sólo oír la palabra y escribirla, vuelve el escalofrío. Así, de repente, ves cómo tu mundo y tu vida en pocos minutos se vuelven nada. Todo te da vueltas. Escuchar a tu pediatra salir de la cirugía para biopsia decirte “ya Dios dirá mañana, luego de los resultados del patólogo, pues todavía no podemos descartar un linfoma” es duro hasta para el más fuerte.
Afortunadamente, todo terminó en el Kikuchi y ninguna de las consecuencias a futuro con las que a veces se le relaciona. Hasta ahí todo iba bien. Había que agradecerlo y sobre todo sacar una lección de esta sacudida. Resultó que no fue una sola la lección, sino varias y muchas de ellas también tienen que ver con cuestiones de fe y de creer, me explico:
Primera lección: Mis respetos, toda mi admiración y solidaridad a los papás que tienen un hijo enfermo. Si verlos en cama con una gripa duele, no puedo describir la terrible impotencia de verlos en un hospital, por leve que sea la intervención, con mayor razón si se trata de algo grave. Mis oraciones y pensamientos con ellos.
Segunda lección: He sido bendecida con gente maravillosa a mi alrededor. De alguna u otra forma esto ya lo sabía. Solamente lo reafirmé y confirmé los alcances del amor de la gente y de todo lo bueno que te puede traer. Confirmé que hay infinidad de maneras de manifestarlo y que todas estas manifestaciones son igual de grandiosas y de efectivas. Confirmé que una llamada, una visita, un abrazo, un tuit, un mensaje por cualquier medio (llámese sms, tuit, dm, pin de blackberry, facebook, telepatía, pensamiento, oración, etc.) tienen efectos impresionantes y comprobé que nunca tendré palabras ni medios suficientes para agradecerlos.
Tercera lección que se desprende de la anterior: Conocí los poderes de la Genkidama seguramente la mayoría de los que son de “mis tiempos” o mayores no conocen esta maravilla que consiste en que seres de buen corazón envíen energía a quien la necesita. Puedo asegurar que funciona tal y como le surtía efecto a Goku en Dragon Ball. Así de simple se puede resumir el poder de la oración y de los pensamientos positivos compartidos.
Cuarta lección: Quizá esta fue la que me costó más trabajo asimilar. Digamos que fue como la ecuación diferencial de todas las lecciones (entiéndase con esta malísima metáfora lo difícil que me fue comprenderla dada mi discalculia), supe que las cosas de la vida que más valen son las más simples, las que tenemos más a mano y que a veces perdemos mucho tiempo y energía queriendo alcanzar cosas o estatus que a lo mejor no valen tanto. Se supone que esto lo debería yo de tener muy claro dada mi formación, mi forma de vida, mis principios, mi bagaje y cuanta cosa quiera yo agregarle. Pero en realidad no, no lo tenía tan claro y fue necesario un salto del corazón, literal, así como lo diría el gran Germán Dehesa en su Fallaste Corazón  para iluminarme y que por fin lo entendiera. Era hora de hacer un alto, de hacer un recuento entre lo que valía la pena y lo que no. 
Dolió asimilarlo. Me costó saberme frágil y vulnerable (más de lo habitual), me quebré al saber que no soy tan salsa como yo creía, que no siempre puedo estar sonriendo y poniéndole buena cara a todo y dejar de lado cosas tan esenciales como mi salud y mi paz espiritual. Así de simple, queda en unos cuantos renglones, pero me implicó un gran replanteamiento de vida.
Fue así como después de llorarlo, pensarlo, consultarlo con la almohada y con mis más allegados puse cartas en el asunto, decidí aventurarme en el Yoga, una maravilla que me ha ayudado a reencontrarme. Pensar con calma las cuestiones de casa, pasar más tiempo con mi familia, disfrutar plenamente cada momento que tengo con ellos sin importar las circunstancias y bajarle al ritmo de trabajo, academia y compromisos. En pocas palabras, buscar tiempo para mí y lo que más me importa. Me ha costado trabajo, he fallado, pero ahí la llevo. Por lo pronto ya comencé y estoy decidida a seguirle pues he visto en poco tiempo los beneficios. Dicen los que saben que eso es lo más importante y la mitad de la solución de conflictos ¿quién soy yo para contradecir a los expertos? Ya veremos…

sábado, 9 de julio de 2011

Te quiero


Te dije, te digo y te diré, porque, el amor es para siempre.

Te digo por ejemplo:
Te quiero ahora que hace calor,
Y ayer que llovía.
En las mañanas nubladas,
Y en las noches abiertas,
Te quiero
Te quiero de pie, tendida,
Dormida y despierta.

Te quiero a la una, a las dos a las tres,
Y a las siempre.

Te quiero,
Te quiero en la casa y te quiero en el camino,
Te quiero después, antes y ahora mismo,
Te quiero,
Te quiero porque me quieres,
Y toda tu me lo gritas,

Te quiero porque en ti comienzo y termino,
Te quiero porque nos encontramos y nos perdemos uno en el otro.
Digamos que te quiero con todos los que soy incluyéndome a mí mismo.

Aunque tu sabes mi amor que cuando digo te quiero, es Dios que te embellece a través del amor y yo soy el encargado de tan bella tarea, es decir que cada vez que cuando yo te digo Te quiero, Él te dice “Te quiero”.

Te quiero cuando la tarde
Y tus manos tienen frío,
Te quiero frente a la mar,
En el desierto y el río.

Te quiero cuando la Luna
nos confía los secretos,
en la paz de tu mirada,
y el incendio de tu cuerpo.

Te quiero cuando caminas,
Y te quiero cuando cantas,
Te quiero cuando te duermes,
Y más cuando te levantas.

Te quiero cuando la noche
Me hace sentir un poeta,
Te quiero después de todo
Y antes que nada en la tierra...
Febrero de 1999, ni un clavo para regalar algo del Día del Amortss, ante los preparativos de la boda próxima. Me encantaba escuchar este poema, a final de cuentas, como buen modelo 75 hija de padres hippiosones, estaba muy acostumbrada a escuchar y reflexionar estas letras y otras tantas. La ponía tanto hasta que me lo aprendí de memoria.  Por algo es el único poema que puedo recitar completito a la fecha (sólo 1 vez he tenido que hacerlo en público).
En aquellos días, qué youtube, qué lyricswhatever site ni qué nada. Escribí a mano la letra de la canción, lo enmarqué y fue mi regalo. Desde entonces, siempre está en el mejor lugar que puede estar. Encima de su buró, para que no se nos olvide, por si hay que recordarlo y por lo que se ofrezca.
Hoy que Facundo se fue, por supuesto, tenía que tenerlo también acá, muy a mano, por si a alguien más se le llega a ofrecer.

domingo, 5 de junio de 2011

Lo que la maternidad me ha enseñado del resto de la vida

(Texto en ingles de Lisa Catherine Harper, What Motherhood Taught Me About the Rest of Life en www.crazysexylife.com)

El lunes, gracias a un tuit (de @marisgar) dí con este texto, se me hizo una reflexión muy buena por sencilla, clara y porque en pocas palabras resume la sensación de muchas que andamos en esto, me decidí a traducirlo para que más puedan tener acceso a él, pues creo que vale mucho la pena:

Es una de las preguntas estresantes en la vida familiar: ¿tener hijos(as) te vuelve más feliz?
Recientemente, he visto estudios que evalúan la relación entre la felicidad de una madre y un sinnúmero de factores: el número de hijos(as), su edad, su género, el orden en que nacen (aparentemente, los padres más felices son los de dos niñas; los padres de cuatro niñas son los menos felices). Incluso hay un estudio que mide la felicidad de una pareja en relación al ciclo de paternidad en el que se encuentran (niños/adolescentes/abandonando el nido), y otro que sugiere que si tienes más de cuarenta, eres más feliz como pareja si tienes hijos(as).
El hecho es que la maternidad ha hecho mi vida, como la de todos los padres, más difícil en muchas áreas cuantificables. Duermo menos, tengo más ropa que lavar y más quehacer, tengo más ansiedad por las finanzas/el futuro/el medio ambiente/las toxinas/la escuela y –a ser honestos- mucho más estrés y disgustos diarios con mi esposo. Pero a lo largo del tiempo, he comenzado a entender que estas cosas son las menos importantes y –sorprendentemente- los aspectos más manejables de ser madre. He aprendido que difícil no necesariamente significa infeliz.
Soy mucho más feliz siendo mamá, aunque no por las razones que ustedes esperarían. No soy feliz siendo mamá por el gran amor que recibo de mis hijos(as); ni porque piense que mis hijos(as) me han hecho sentir plena (no lo han hecho); ni por la gran alegría que son capaces de producir en mí. Todas estas cosas son ciertas, por supuesto, pero lo más importante es lo que he aprendido de mí misma al convertirme en madre.
Todo comenzó un anochecer al principio de mi embarazo, cuando mi esposo y yo estábamos sentados después de la cena. Él repentinamente apagó la TV y dijo “Estoy emocionado por lo que pasará pero no quiero estar tan emocionado para poder disfrutar todo lo que está pasando en este momento.” Por un minuto me le quedé viendo y luego me dí cuenta que tenía razón. Estar esperando significa no esperar. El embarazo me develó una verdad fundamental: nada estaba completamente bajo mi control. Desde la forma materna que tomaba mi cuerpo hasta el bebé que llegaría a adueñarse de mi vida. Sabía que si iba a disfrutar mi embarazo, mi matrimonio, mi bebé, todos los aspectos de mi vida rápidamente cambiante, tenía que vivir en el presente. Tenía que acallar mi mente alocada (algo difícil para una escritora y académica) y apreciar cada momento del resto de mi vida.
A partir de ese momento, el nacimiento de mi hija y luego el de mi hijo, me comprobaron la revelación inicial. Nueve años de maternidad me han enseñado que no puedo pensar en el futuro, es como si me hubieran forzado a vivir en el presente. Lo que he aprendido es cómo esperar y cómo no esperar. La maternidad me ha mostrado cómo aferrarme a los momentos más emocionantes de la vida. Me ha enseñado balance, particularmente, en los siguientes casos:
1.      Vive en el presente, mira hacia el futuro. En lugar de añorar el pasado o anticipar (para bien o para mal) el futuro, he aprendido a abrazarme al rico fluir del presente, el cual vivo plenamente. Esto no quiere decir que ignore el futuro (educación, seguridad, finanzas), pero trato de no dejar que eso abrume mi vida diaria, ni tampoco espero que el futuro me entregue a una especie de felicidad ideal. Busco paz para el ahora, no para más tarde.
2.      Pon atención, no te preocupes. He aprendido que puedo hacer mucho más por mis hijos poniéndoles atención y atendiendo sus necesidades día con día. He descubierto que si los atiendo en el presente, tengo menos ansiedad sobre su futuro y el mío propio. Contrario a lo que se pudiese pensar, me preocupo menos cuando pongo más atención.
3.      Ten una rutina, cultiva las sorpresas. Los niños y las familias florecen en la estabilidad. Yo trabajo duro para proporcionarles una sensación de comodidad y seguridad, para dar a nuestra familia una estructura en la cual podamos trabajar, jugar y prosperar. Pero también nos da mucha alegría romper la rutina y hay momentos en los que cedo y le doy la bienvenida a las casualidades, a romper las reglas y alegrarnos con lo que es absolutamente nuevo y diferente.
4.      El tiempo pasa. Sé que algunas de esas cosas que más me gustan sobre mis pequeños pasarán. Pero sé que las cosas más difíciles también pasarán. El gran ensayista del siglo XIX Ralph Waldo Emerson escribió que la única cosa que le enseñaron las penas es lo superficiales que son. Esto me lo repito a menudo, especialmente cuando las cosas se ponen difíciles. Cuando entiendo que nada permanece exactamente igual, aprecio más profundamente las bendiciones de la vida.
Estas son lecciones que ciertamente me hubieran servido mucho antes de tener hijos, pero el hecho es que necesité de mis hijos para que me enseñaran estas cosas. Ahora, simplemente agradezco que la ardua labor de la maternidad inadvertidamente me enseñara cómo encontrar una felicidad más profunda, no en mis hijos, sino con ellos.
Cuando volteo a ver toda la revolución que este último mes la maternidad ha traído a mi vida, cuando releo los últimos textos que he garabateado sobre esto y luego me topo con artículos como éste o con personas que pasan por lo mismo, confirmo que estas simples 4 enseñanzas son completamente ciertas. Tal como lo leí de una amiga y luego otra me lo repitió: hay que cruzar los puentes cuando estemos frente a ellos. Así que, a cruzar el que viene, que nos faltan muchos más.

viernes, 27 de mayo de 2011

La herencia mercantil de Hipócrates











El médico cura, sólo la naturaleza sana. Hipócrates
Mi papá es médico y es algo de lo que siempre me he sentido orgullosa. Quizá sea un poco “colgarte” cuando te sientes orgulloso de la vocación de otro y más cuando se trata de tu papá, digo, es raro toparte con alguien que no se sienta orgulloso del suyo. En lo personal, me enorgullece la nobleza de la profesión de mi padre, además de sus cualidades personales.
Ver llegar pacientes en la madrugada era cosa común en casa, acompañar a papá a consultas a domicilio, lo era también. Así como lo era (aún es) recibir javas de tomates o chiles, alguna servilleta bordada o cosas por el estilo como pago de honorarios. La práctica de la medicina ha cambiado mucho en poco tiempo. No puedo afirmar que mi papá sea un médico “de los de antes” porque no lo es. A pesar de haber sido pensionado hace poco por el ISSSTE, de donde aún le llegan pacientes a buscarlo a su consultorio particular, sigue ejerciendo, sigue actualizándose y sigue acudiendo como asistente, como moderador de mesas o como ponente a congresos de pediatría, su especialidad. Pero digamos que el Doctor Cano no está de acuerdo con muchas de las prácticas de la medicina de hoy.
Como podrán imaginar, las pláticas sobre medicina y ética son constantes en casa. La idea de ver cómo la medicina se ha mercantilizado, por decirlo de alguna manera, es una de las más criticables. Si bien, toda profesión debe ser remunerada, es terrible ver “ofertas” de servicios médicos como de venta de casas. Simplemente, la salud, no debería ser tratada como mercancía, partiendo de la base de que es un Derecho Humano. El hecho de que empresarios como los Vázquez Raña y el mismo Carlos Slim, le hayan entrado a los servicios hospitalarios con campañas publicitarias agresivas, ofertas en servicios médicos que tan sólo de ver los precios dan muestra del trato que ofrecen y lo peor, la forma en que “contratan” y “tratan” a su personal, las presiones a las que lo somenten, con cuotas de pacientes para poder ejercer en sus instalaciones, por ejemplo, nos indica que saben que esto de la salud, es un lucrativo negocio para ellos y nada más.
Desafortunadamente, al vivir en un país en el que las instituciones de salud públicas son insuficientes para el número de pacientes que deben atender, es normal que este tipo de negocios tengan tanto éxito.
Tanto el ISSSTE como el IMSS se han vuelto una carga muy onerosa para el gasto público, sin embargo esto no quiere decir que los servicios que brinden correspondan al presupuesto que se les asigna. De todos es sabido que gran parte del presupuesto que les corresponde se va en gastos burocráticos y en fraudes, sí, en grandes fraudes, que se cometen y se pagan con el dinero de todos los derechohabientes. Para muestra, el caso descrito en La Saga IMSS capítulo 1 y capítulo 2 al que cualquiera se puede enfrentar (no es que quiera ser yo ave de mal agüero, pero el azar indica que puede ser así).
Ni qué decir del viacrucis que tiene que pasar cualquier derechohabiente que solicite los servicios de dichas instituciones. A leguas se nota que ni el personal ni las instalaciones son suficientes, lo cual provoca desde esperas interminables, hasta negligencia, pasando por malos tratos, falta de medicamentos y suministros, instalaciones en pésimas condiciones, sobreexplotación del personal que labora ahí, desgaste personal y emocional, etcétera. En resumidas cuentas esta institución que tanto nos cuesta a todos los mexicanos no cumple con la labor para la cual fue creada. Ni entrar en detalles con lo relacionado a pensiones y demás derechos sociales que debería prestar y que bien sabemos, en un futuro a corto plazo está a punto de tronar y llevárselo todo por la mala administración que impera. Pero por ahora, ahí la dejamos.
De ninguna manera podría yo satanizar el servicio médico que se brinda. A pesar de lo antes expuesto, no tengo herramientas suficientes para hacerlo. Al contrario, conozco de muchos casos de éxito, ejemplos de medicina de vanguardia que se realizan en las clínicas por parte de  investigadores y médicos de ambos institutos. Loable labor dadas las precarias condiciones en las que trabajan, no queda más remedio que aplaudirlo. Pero esto no exime a la institución de sus defectos, de sus carencias, de la insensibilidad y falta de empatía de gran parte de su personal. Eso no se puede ocultar.
Lo más triste del caso, en cuestiones de salud, se refleja en la gran cantidad de mexicanos que ni siquiera tienen acceso a estos deficientes servicios. Las cifras de “éxito” que se manejan en el Seguro Popular, no son algo de lo que el gobierno federal debiera ufanarse, al contrario, nos indican que hay millones de mexicanos, que por alguna causa, no pueden acceder a estos institutos con las que como trabajadores en su mayoría, deberían contar. Alguien no está haciendo lo que le corresponde.
Al estar a expensas de dichas instituciones públicas y sus deficiencias, nos damos por bien servidos quienes además, tenemos acceso a un seguro de gastos médicos mayores particular. Ya sea por estar pagándolo personalmente, o bien, por ser una de las prestaciones del lugar de trabajo. Cualquiera pensaría que ya con eso, estás del otro lado. Y sí, definitivamente, tienen sus ventajas, te sientes de alguna manera “asegurado” valga la redundancia, al tenerlo. Sabes que en caso de un imprevisto al menos, no quedarás desfalcado. En teoría. Pero en la práctica, sabemos que toda la diferencia la hacen los papelitos y las letras chiquitas. Les cuento lo que me pasó, una de las tantas historias que reflejan la nueva forma de hacer medicina privada:
Hace dos semanas estaba en el hospital, acompañando al más pequeño de la minibanda por una operación programada. Al Gordo le detectaron una hernia inguinal, que aunque no le causaba molestia, debía ser extirpada para que no llegara a ser peligrosa.
Desde el momento en que casualmente se la detectamos y el pediatra urólogo confirmó el diagnóstico hasta la operación, transcurrieron casi 4 semanas de tramitología y burocracia digna de una institución pública o de caridad.
Al momento en que el especialista supo de qué se trataba, lo primero que nos preguntó fue si contábamos con algún seguro de gastos médicos mayores. Después de decirnos que la operación no era grave, que sería una intervención sencilla comenzó inmediatamente a explicarnos todo lo relacionado con los trámites de la aseguradora, los papeles que nos pedirían, que no nos preocupáramos por que se ajustara al tabulador, que lo haría y su equipo de trabajo también, que revisáramos con calma los documentos que nos entregaran y un largo etcétera. Es decir, la consulta médica, se convirtió en una sesión de asesoría en tramitología. Todo para terminar diciéndonos que la fecha de operación dependía de la fecha en que nos diera el “pase” la aseguradora y que pidiéramos por escrito dicha autorización, pues le acababa de pasar con una pacientita que al estar en el quirófano, a los papás les avisaron que los gastos no quedarían cubiertos sino que se irían por reembolso y ya se imaginarán el soponcio del papá.
Salimos del consultorio más aturdidos por todo lo relacionado con la aseguradora que por el diagnóstico. Nos tranquilizaba saber que no era grave y que estábamos en buenas manos, no sólo por la experiencia del médico sino también por su calidad humana. Después de haber pasado por un caso de negligencia y al enterarte de tantos otros, esto último lo agradeces.
A partir de ese momento todo fue vueltas a la oficina de la aseguradora, que si traiga este papel, llene este otro, que el médico llene este otro, que si aunque tenga seguro, entre el deducible y una simpática tarifa llamada “coaseguro” (whatever that means) de todos modos teníamos que desembolsar una lana; que si resolvían en 7 días hábiles pero se atravesaba el 5 de mayo y no trabajaban, así que se resolvería hasta el viernes, pero como era viernes, hasta el lunes y para más seguridad, el martes, que ya estaba el “pase” pero faltaba la firma del médico de la compañía y así… hasta que finalmente, nos dieron el famoso “pase”  por escrito y tal como lo pronosticó nuestro médico, la operación se realizó ese mismo día por la noche.
Se imaginarán cómo nos tenían los días de incertidumbre. El no poder planear nada y estar a expensas de una señorita tras un escritorio y otros tantos señoritos en sus escritorios en el DF, para luego llegar a un hospital donde primero firmas un contrato donde te comprometes a tantas cosas bizarras  como a no hacerlos responsables en caso de que el enfermo se caiga de la camilla (sic) pasando por un inciso que dice que el paciente debe salir en silla de ruedas del hospital forzosamente y que antes de abandonar el mismo debes recopilar hasta 5 firmas para constatar que ya pagaste y que liberas a la institución de toda responsabilidad  para luego entregar un pase de salida a un policía.
Reconozco que esto no es nada comparado con el calvario que tantos otros tienen que pasar. Como bien se dice, hasta que no padeces enfermedad, no aprecias la salud. Llega un momento en que agradeces que no sea nada grave, agradeces que haya sido detectado a tiempo, que estés en buenas manos y que cuentes con un seguro, no importa los días y los trámites que te hagan pasar. Siempre podría ser peor. Siempre volteas a un lado y te topas con historias de lucha verdadera, entonces reconoces que lo tuyo no es nada y dejas de quejarte, que para eso es la vida, para toparte con cosas que te hagan apreciarla cada instante.
La salud se ha mercantilizado hoy más que nunca, parece que conforme la ciencia y la tecnología avanzan, se van dejando de lado los principios y la ética para cambiarlos por frías cláusulas de contratos, presupuestos y letras chiquitas.

viernes, 6 de mayo de 2011

De la sufrida mujer moderna a Jude

Me han mandado el mismo texto varias veces, dicen que es un monólogo que dijo Adela Micha, como muchos otros escritos que circulan como mail o que te puedes encontrar en algún blog y que le adjudican a algún personaje más o menos conocido, la verdad es que no creo que sea de su autoría, se le conoce como el Monólogo de la mujer moderna y considero inútil repetirlo en este espacio pues estoy segura lo habrán leído.
Sobra decir que estoy en total desacuerdo con semejante texto. Favor de no confundir, esto no quiere decir que sea yo un ejemplar del feminismo a ultranza. No, nadie en mi situación podría considerarlo así. Pero creo que todas esas ideas del estilo “tiempos pasados fueron mejores” en cualquier aspecto, no van conmigo.
Además de haber leído el texto que comento, en varias reuniones he escuchado la misma idea, con distintas variables, pero que en esencia implican lo mismo: las mujeres de hoy estamos mal, por culpa de las feministas ahora trabajamos y andamos en friega todo el día y los hombres nos tienen miedo. En el fondo quisiéramos vivir como en otro tiempo, era mejor la vida de mujeres hogareñas de antes… y bla, bla, bla…
Me apasiona la Historia, nada disfruto más que saber cómo era la vida en otro tiempo, en otras tierras, en épocas en las que no me tocó vivir y el cómo poco a poco las cosas se fueron transformando.  Esto me sirve para poder decir que no, definitivamente no apoyo la tesis de que las mujeres de antes eran más felices que las de ahora, así nada más porque sí y tengo varias razones para sostener esto.
En primer lugar, y repito, no soy feminista a ultranza, creo que lo menos que podemos hacer las cómodas mujeres modernas es agradecer a quienes se la partieran porque gozáramos de tantos privilegios. No sólo hablo de las participantes activas de la lucha por la liberación femenina y sus logros, sino también por quienes han permanecido silenciosamente en algo que podría ser considerado “la resistencia”, quienes no se dejaron, quienes no permitieron que se les levantara una mano encima, quienes se atrevieron a salir a las calles a trabajar, quienes se atrevieron a denunciar algún abuso, quienes permitieron a sus maridos compartir la crianza de sus hijos, quienes se atreven a manifestar libremente sus preferencias y gustos aún cuando no las comparten con su pareja, quienes no tienen miedo a mostrarse débiles ¿Con qué cara les podemos salir nosotras, las privilegiadas, quienes gozamos de todos los resultados de las luchas peleadas por otras para decir que queremos volver a ser señoras “de las de antes”?
Esto no quiere decir que se haya ya alcanzado la equidad de género. Por supuesto que no, aún quedan muchas batallas por pelear, de esto ya he comentado antes y precisamente por eso considero que no es momento de bajar la guardia. Las cifras así lo indican, no es momento de cruzarnos de brazos, simplemente, por nuestras hijas, no lo debemos hacer.
Cada que en una plática alguien saca a relucir el argumento de que la mujer estaba mejor antes, guardada en su casa, bordando, atendiendo al marido y a los hijos, según mi humor y las ganas que tenga o no de alegar con quien sustenta esto (aunque no lo crean, a veces, por más que le echo ganas, nomás no tengo ganas de alegar), me dispongo a sacar todos mis argumentos en defensa del nuevo rol de la mujer, enlisto los nuevos privilegios que gozamos, repito algunos ejemplos de las cosas que considero no les gustaría vivir y que las mujeres antes tenían que soportar, si es necesario les hablo de aquello de “pedir permiso al marido” y demás pesadillas que por supuesto, por más “chapadita a la antigua” que estén, estoy segura no les gustaría vivir. A veces con esto logro que reivindiquen su posición, otras tantas, estoy segura me tiran a loca y me dicen que sí para que no siga yo con mi recuento, pero en el fondo de su ser, siguen sosteniendo su postura.
Dudo mucho que a alguien le gustaría volver a los tiempos en que se pedía autorización para todo, en los que se pasaba de ser “la hija de” para convertirse en “la señora de” sin que el matrimonio en si tenga nada de malo. Simplemente, considero que es muy satisfactorio saber que se puede tener logros personales, más allá de sólo adherirse a los de alguien más para luego pasarse la vida quejándose por haber abandonado los sueños propios.
Quienes como yo, están casadas, con hijos y trabajan fuera de casa (me molesta que se presuponga que las mujeres que no trabajan fuera de casa, simplemente, no trabajan) muy seguido nos entra la angustia por saber si vamos bien, si vale la pena el esfuerzo, si vamos por buen camino al haber tomado la decisión de tener esta “doble vida”. Tengo muchos motivos de los que echo mano cuando estas dudas y angustias me asaltan, así que cuando es necesario me hago mis lavados de cerebro personales y hoy he decidido compartirlos:
La única manera de hacer felices a quienes nos rodean es siendo felices nosotras mismas, es la única forma de sembrar la felicidad, la alegría y las ganas de vivir. Estas cosas, como muchas otras, se transmiten mejor a través del ejemplo y no hay mejor ejemplo para un hijo que ver a una madre realizada. Ojo aquí, realizarse plenamente no implica forzosamente algo relacionado con el ámbito laboral. Hay muchas maneras de realizarse, de trascender. Dejar huella. Se puede lograr a través de diversas formas, todas muy personales, una de ellas puede ser la realización profesional, pero valen también los estudios, los retos propios, la ayuda a los demás, la participación ciudadana activa, etcétera. Es cuestión de buscar en el cajón de las cualidades, de los gustos, de las afinidades y ahí encontrar para qué se es bueno en esta vida. El darse a los demás de alguna manera, es muy noble y enriquecedor y nos brinda satisfacciones inmensas que después, se ven reflejadas en nuestro espíritu.
Escoger las batallas. No siempre se puede ganar todo. Es padrísimo salirse con la suya en todos los ámbitos, pero desafortunadamente esto no siempre se puede.La sociedad actual nos exige ser madres, esposas y profesionistas excelentes pero hay muchas cosas que no está en nuestras manos resolver, pero no por ello debemos darnos por vencidas, es cuestión simplemente de priorizar. Darle duro a lo que valga la pena, partírsela hasta saber que dimos el máximo esfuerzo cuando de nosotros dependa la resolución de algo importante, sí, IMPORTANTE, es decir, no podemos ir por la vida peleando batallas que de antemano están perdidas, ni declarándole la guerra a cualquier situación que no podamos controlar porque no esté en nuestras manos resolver. Desde las cosas más complicadas hasta las cosas más simples de todos los días que a la larga nos llegan a desgastar tanto como las primeras.
Aprender a delegar. Insisto, las exigencias sociales nos han convertido en unas controlfreaks paranoicas. Creemos que nadie puede hacer las cosas tan bien como nosotros. Esto va desde los asuntos de trabajo más simples hasta cuestiones de la crianza de los hijos que nos impiden compartir, y por qué no decirlo, ser ayudadas por nuestra pareja o familiares cercanos que de buena gana podrían hacerlo. Compartir las obligaciones nos ayuda a relajarnos, para esto, es de vital importancia que entendamos que los demás están ahí para apoyarnos y que lo hacen de buena voluntad. Que nuestra pareja ama de la misma manera a nuestros hijos y sería incapaz de permitir que les pasara algo malo, así que a apechugar y darle chance a los otros de ser parte importante de nuestra vida. El mundo gira aceleradamente y no podemos permitir ahogarnos en un vaso de agua y armar panchos enormes por cosas intrascendentes, así que este paso va íntimamente ligado al anterior.
Vuelve a disfrutar las cosas sencillas. Tómate (o si es necesario, róbate) un rato para ti misma, para estar contigo, para gozar las cosas más simples que tanto disfrutas. Si es necesario pedir este tiempo fuera, pídelo. Si crees que tienes que exigirlo, exígelo. Pero ten en cuenta que en ocasiones esa petición o exigencia a quien debes hacérsela es a la autoridad máxima y más exigente: tú misma.
La única manera de no recriminarnos (ni recriminarle a los demás) por los resultados de nuestra vida es tener siempre presente que nuestros actos están en nuestras manos. La única forma de no sentir que actuamos siguiendo solamente patrones establecidos es estando plenamente convencidas de que disfrutamos lo que hacemos, sea lo que sea. Esto por supuesto no implica que algún día no explotemos, que nos sintamos sin rumbo y un poco incomprendidas, pero hay que tener siempre presentes nuestras anclas y nuestras metas, saber hacia dónde vamos y tenerlo claro para poder transmitir esta claridad y paz de espíritu a quienes nos rodean.
Tenemos derecho a estallar de repente. Lo que no se vale es pasarnos el tiempo quejándonos del estilo de vida que llevamos cuando muchas de las cosas que hacemos y de las decisiones que tomamos no dependen de nadie más sino de nosotros mismos. Para eso se ha luchado tanto, para que así sea, para que nuestra vida esté en nuestras manos. Se vale llorar, se vale decir no puedo, se vale pedir ayuda, se vale no tener respuestas para todo y no tener todo bajo control. Lo que no se vale es darse por vencido ni echar culpas a los demás sobre lo que nosotros debemos resolver. No perdamos de vista nuestros sueños ni nuestra capacidad de asombro y de compartir, para recibir más.

miércoles, 27 de abril de 2011

Semana Santa Chilanga 2011



Visitar la Ciudad de México es algo que siempre he disfrutado. Será porque nunca he tenido que ir por cuestiones laborales, en general, siempre he ido a cosas divertidas  y hasta educativas, además de tiempo disponible para gozarla.
El secreto mejor guardado de los chilangos poco a poco ha comenzado a develarse, eso de que la ciudad estaba vacía y disponible para ser disfrutada durante la Semana Santa ya no lo es tanto. Entre el 80% de defeños que se queda, según estadísticas, y el montón de provincianos que decidimos visitarla esos días pues resulta ser que todos los lugares turísticos y de esparcimiento están hasta el gorro.
 Aquí cabe hacer mi reconocimiento público a todos los chilangos. Poco a poco, he visto como el chilango promedio ha ido dejando atrás esa arrogancia que los caracterizaba y los hacía sentirse por encima de cualquier otro ciudadano de este país. Ya sea porque hay muchas ciudades que ya cuentan con la infraestructura y servicios que el DF ofrece, o bien, porque se han dado cuenta que el hecho de vivir en una de las ciudades más grandes y pobladas del mundo tiene sus asegunes. El chiste es que cada vez se ven y se oyen menos los comentarios de superioridad cosmopolita y eso les sienta bastante bien. Además, el sólo hecho de pensar que viven en una ciudad llena de lugares tan disfrutables y que no pueden gozar por cuestiones de tiempo los vuelve casi mártires. Es tanto como estar eternamente en una pastelería y ser alérgico al trigo. El mayor ejemplo de estoicidad chilanga que merece toda mi admiración es su capacidad de ver mermado su espacio vital y no perder el estilo. Miren que eso de tener a alguien en una fila que se supone debería ir detrás de ti y que esté casi encima, puede poner de mal humor a cualquiera, es más, creo que es hasta atenuante en caso de homicidio. No entiendo cómo pueden vivir con eso y peor, viendo gran parte de su vida pasar en medio del tráfico citadino y para colmo, saber que están en el lugar elegido por todos los marchistas, plantonistas y demás mitoteros de este país que deciden ir a expresarse por allá aunque su inconformidad nada tenga que ver con las autoridades que ejercen en dicha ciudad. Eso no es vida, definitivamente.
Ya nomás viéndolo por ese lado, a pesar de lo que ya comentaba sobre los muchos chilangos que deciden no salir en Semana Santa y los muchos otros provinicianos que decidimos aventurarnos en su territorio esos mismos días, de verdad agradezco poder disfrutar la Gran Ciudad de México sin tráfico. Los sitios turísticos son otra cosa, pero a eso vamos con tiempo disponible, es parte del chou. De verdad, creo que es una de las ciudades con mayor oferta en cuanto a diversión, cultura, esparcimiento, para todos los gustos y para todos los presupuestos. El único problema es que sean tanta gente en un solo pedacito. Son muchos en las calles, muchos en los museos, muchos en los parques, muchos en los restaurantes, muchos por todos lados. Siempre, a todas horas del día, son muchos. No hay manera de evitarlos. Ellos creen que se esquivan entre sí y que salen con ventaja en muchos casos pero no es así. Creen que le ganan al otro en los semáforos cuando se adelantan para dar vuelta hasta la mitad de la calle transversal pero lo único que logran es entorpecer el paso de quienes circulan en sentido opuesto. Creen que le ganan al otro cuando se enciman para entrar al metro antes de que salgan quienes vienen en él, pero no es así. Aclaro, esto no sucede siempre, ni lo hacen todos, pero entiendo un poco que en su mayoría lo hagan así. Es como revivir la ley de la selva y el afán natural de supervivencia. Eso fácilmente hace que la civilidad se deje de lado.
La aventura de esta vacación en la Gran Ciudad de México 2011 comenzó 3 horas después de lo programado por cuestiones de mecánica automotriz que nos vieron forzados a hacer una parada previa en un bonito y conocido lugar llamado Palmillas,  donde estuvimos a la buena del mecánico de turno de la refaccionaria Al, esperando a que, junto con su equipo de expertos subiera y bajara el tanque de gasolina de mi camioneta hasta que por fin quedara instalada la bomba adecuada. En el inter, comimos dulces de los que venden a la orilla de la carretera, vimos pasar carros, jugamos, cantamos y le conté a la #minibanda las verdaderas historias carreteras que me tocó vivir cuando era chica, aventuras que los niños de ahora prácticamente desconocen gracias a que los carros son cada día más eficientes, los servicios en carreteras son mejores y a los benditos aparatos de conexión intergaláctica.
Al día siguiente, el sano ambiente vacacional se dejó sentir en Six Flags, casi 2 horas para entrar. Después de explicarle al encargado de taquillas en turno que no estaba bien que a sabiendas de que es una de las temporadas con más gente, sólo tengan 3 taquillas disponibles al menos nos sentimos desahogados, pero esto no nos evitó ni un minuto de fila. Adentro, lo que comentaba sobre el espacio vital se dejó sentir. Gente encimada, prácticamente todo el tiempo.
Lo mismo sucedió en el Museo de Cera. Éramos muchos para entrar, adentro seguíamos siendo muchos, aunque la gente ahí con más paciencia para tomarse la foto con su estatua favorita, la cooperación y el relax vacacional ayudaban.
El periplo se complicó en Palacio Nacional. Como si no fuera suficiente ver el Zócalo completamente invadido de plantones que perseguían las más diversas causas, desde el SME, pasando por personal de Mexicana y demás manifestantes que hacían parecer esa gran plancha más bien una comuna hippie donde todo intercambio social y biológico pudiera suceder (en este momento echo a volar mi imaginación y casi puedo crear una novela que sucediera en ese lugar).
Palacio Nacional como en sitio de guerra, completamente rodeado por vallas, soldados y policías. Ni modo, dudo volver a tener oportunidad de visitar los salones y las exposiciones temporales que ahora presentan así que, apechugamos, rodeamos hasta la calle de Moneda, nos formamos entre las vallas, pasamos las 3 revisiones que te hacen las/os policías con cara de pocos amigos. Pasamos los 2 arcos detectores de metales, entregué mis 3 plumas porque era eso o volver a formarse en la fila de paquetería y pagar $10 pesos para que las guardaran. Entre los artículos que NO podían ingresar se listaban, además de plumas y lápices, dulces, cigarros, encendedores, cerillos, globos, líquidos, bombas atómicas, granadas de fragmentación, armas - ni blancas, ni químicas, ni biológicas se permitían (bueeeno, de las biológicas no aclararon mucho, se me hace que no estaban ‘tan’ prohibidas). No se podía entrar con la cabeza cubierta, ni con lentes de sol.
Por supuesto, la arrogancia de los guardias de seguridad se hacía notar a cada instante. Te hablaban firmemente, celosos de su deber. No pude evitar pensar que ojalá así estuvieran puestos para defender TODA la nación, no nada más Palacio Nacional. Ojalá así de exigentes y firmes fueran para vigilar las carreteras de este país, sobre todo las del norte. Ojalá así de protegidos pudieran saberse los transportistas, quienes viajan en autobuses, la gente que ha sido asaltada y abandonada en las carreteras, quienes han presenciado, o peor aún, perdido la vida, en una de las múltiples balaceras, los familiares de los desaparecidos que ahora han aparecido en las fosas, los presidentes municipales que han sido asesinados ….en fin… todos aquellos a quienes las instituciones de seguridad nos han quedado a deber en México ¿Qué se puede decir ante semejante desplante de prepotencia y paranoia en Palacio Nacional? Si esa muestra fuera general, sería otra cosa. Esta vez sí me sentí no sólo ofendida, hasta un poco humillada por el desplante y por el hecho de sentirnos completamente a su merced. Sumado a eso, al volver a mi bonita y provinciana ciudad me entero del decreto para reformar la Ley de Seguridad Nacional y tiemblo. No puedo evitarlo luego de ver como el ejército entró a casa de una empleada de mi hermana así sin más, una noche, según ellos atendiendo a una denuncia ciudadana ¿Están los legisladores mexicanos lo suficientemente capacitados para aprobar una ley semejante? Peor aún ¿son las autoridades mexicanas lo suficientemente capaces para aplicar una ley semejante? Ufff de sólo pensarlo, me da escalofrío.
Eso sí, la exposición en Palacio logró hacer que por un momento se me olvidara el mal rato, ver documentos históricos que normalmente no se encuentran en una sola colección sino repartidos y unos incluso ni siquiera expuestos al público es una maravilla. Recorrer las principales etapas de la historia de nuestro país desde la conquista a través de documentos, pinturas y demás artefactos y poderlo disfrutar con la minibanda ha sido una de las mejores experiencias de nuestra vida sin duda ¿qué quieren que haga? No puedo evitar sentirme así.
Llegar a Teotihuacán al día siguiente, con todo y sus multitudes me devolvió la fe en este país. Pensar que civilizaciones previas fueron capaces de tal desarrollo me hace creer que no podemos quedarnos sin esperanza. Dudo que los teotihuacanos hayan remotamente imaginado que gente de todo el mundo vendría a admirar sus templos. Eso sí, todos formaditos, siguiendo la valla de plástico y las amables instrucciones del personal del INAH que se encarga de vigilarlas aunque no de quitar los bonitos recuerdos que osan dejar algunos enamorados en las mismas pirámides con corrector ¿por qué no borrarlos? Por cierto, vale muchísimo la pena la experiencia de comer en el restauran La Gruta, atrás de la pirámide del Sol, todo un acontecimiento.
Por lo demás, El DF espectacular, las glorietas y camellones con montones de agapandos que tanto me gustan. Poco tráfico, comida deliciosa y mejor compañía. Las amistades allá siempre hacen que valga la pena cualquier disposición de su H. mejoralcaldedelmundo con tal de compartir un momento con ellas. Así que si me preguntan, con todo y todo, tendré que revelar el secreto de la semana santa chilanga, lo siento.
P.D. Vale mucho la pena echarle un ojo a las promociones y demás información con que cuenta el sitio de la Secretaría de Turismo del Distrito Federal http://www.mexicocity.gob.mx/ ;)

lunes, 11 de abril de 2011

No marchen con la Marcha, crónica de una cuasidesilusión


Después de mucho pensarlo, de leer opiniones a favor y en contra, de reflexionar sobre lo que podría o no lograr al acudir a un evento así, después de analizar cuán hartos estamos todos de marchas, plantones, movimientos que a final de cuentas parecen hacer lo que el viento a Juárez a las autoridades, después de un día ajetreadísimo con el inusual calor de abril en estas tierras, el miércoles pasado por fin me decidí y me lancé, ya no a la marcha, sino solamente al cierre de la misma fijado a las 6 de la tarde en la Plaza de Armas. Esto último, simplemente por cuestiones de horario y compromisos que me impedían acudir a la hora en que iniciaba la marcha.
Incluso poco antes de salir, decidí revisar comentarios y lo que sucedía en la marcha en otras ciudades. Amparada en el principio legal “que no le digan, que no le cuenten”, opté por ir, muy a pesar de lo que leía por varias razones que a continuación enlisto:
1.       Porque la marcha se titulaba “estamos hasta la madre” cosa con la que de entrada, me identificaba plenamente.
2.       Porque la impotencia me ha rebasado y eso de quedarme sentada a ver la lluvia pasar, no es lo mío, soy de las que le gusta mojarse.
3.       Porque no creo que sea justo que el día que me pregunten mis hijos “mamá ¿tú qué hacías cuando pasaba todo eso terrible que nos cuentas de la guerra fallida contra el narco’” yo les conteste: “nada m’hijito, escribía en mi blog, me quejaba en tuiter, disertaba en cafés y reuniones y pegaba cosas en mi muro de FaceBook.”
4.       Porque lo he mencionado varias veces aquí y en cuanto lugar he podido hacerlo, no creo que sea válido acostumbrarnos a la violencia, a ver los muertos desfilar, a ser testigos del horror sin más, a no sentir empatía por quienes han sufrido en carne propia las consecuencias de esto y por quienes se han vuelto un “daño colateral” más.
5.       Porque sé que en varias ciudades del país, afortunadamente, la violencia no se ha hecho sentir como en la mía y quizá eso haga que la urgencia no se note tanto. Pero sé que tampoco estamos tan mal como en otros lugares, cuyos niveles de violencia no estoy dispuesta a que alcancemos. Simplemente no creo que pudiera resistirlo impávida.
6.       Porque no puedo pregonar la importancia de los movimientos ciudadanos si no estoy dispuesta a participar en uno.
7.       Porque nunca había sentido la urgencia de participar en una marcha, ni en mis años de mayor grillez y creo que la empatía que sentí al ver desgarrado a un padre (de los muchos que he visto sufrir últimamente porque sus hijos han pasado a ser “pérdidas colaterales”) me colmó el plato.
8.       Porque al parecer las cosas estaban calmadas en la marcha en San Luis, no había enfrentamientos ni cosas por el estilo. La cosa parecía bastante civilizada. Aunque estuve a punto de rajarme en el último minuto, pensé que no tenía nada qué perder que no fuera tiempo.
9.       Porque era una buena forma de pasar la tarde, haciendo lago provechoso con mi hija mayor. Nada como aprender directamente de las vivencias.
10.   Porque estoy segura de que es responsabilidad del gobierno protegernos, hacer cumplir la ley y combatir el narcotráfico, pero también estoy segura de que debe haber una forma más efectiva de hacerlo y me siento con la responsabilidad de hacer valer todos los medios y formas que estén a mi alcance para hacerles saber mi inconformidad.
11.   Porque era lo menos que podía hacer, porque me llegó el hartazgo y la impotencia al mismo tiempo y como dicen: un perdido, a todas va.

Habiendo ya planteado mi “exposición de motivos” paso a lo siguiente, les contaré cómo estuvo la cosa por acá:
Anotación al margen, cuando nos dirigíamos hacia la Plaza de Armas, en el camino, le iba explicando a mi hija a dónde y a qué íbamos, lo que era una marcha, a qué se debía, qué era lo que se pedía y demás. De repente, ella muy consternada por lo que le explicaba, me interrumpe para decirme: “mamá, te tengo que decir algo muy importante, que me tiene muy triste y preocupada.” Por un momento pensé que me iba a decir que ella prefería que se vendieran drogas, que creía que el Ejército estaba cumpliendo con su deber, que había decidido unirse a los unos miniZetas, que se había cansado de estudiar y quería ser NINI al fin que no les iba tan peor, que ella pensaba que estábamos mejor antes, cuando se negociaba con los grandes capos y ellos controlaban todo, que ella creía que estaríamos mejor con López Obrador…. en fin…. como toda mujer, me llené la cabeza de cosas antes de que la enana pudiera hablar y lo que me quería decir era que ella creía que no le había ido muy bien en el examen de Formación Cívica y Ética, que porque su maestra le había comentado eso y que tenía miedo de reporbar…. De momento sí me molesté por la noticia, antes de montar en pantera, hice uso de mi capacidad de tolerancia (muy minada para estas alturas) y traté de sacar provecho de la situación: le expliqué la importancia de estudiar y poner atención en esa clase precisamente. Le hablé de que la gente que tenía secuestrado al país no tenía la más remota idea de lo que se enseñaba en esa clase y por eso estaban las cosas tan mal. Pasada la clase con ejemplos prácticos, llegamos a la antes llamada ‘plaza borracha’, por aquello de que durante un buen tiempo (casi toda la década de los 90) se la pasaba tomada. Cosa que ya no es muy común.
Mi adorada Plaza de Armas lucía regia con un sol brillante a las 6 de la tarde. A lo lejos ya se escuchaban los discursos por el altavoz. Soy mala para calcular, según los periódicos locales y los organizadores había alrededor de 300 personas.
Al principio sentí un escalofrío y mucha emoción, los discursos iban en el tenor de que no nos podíamos quedar de brazos cruzados, de las acciones que como ciudadanos podíamos hacer, que era nuestra obligación levantar la voz y cosas parecidas. Me gustó el tono, aunque mientras escuchaba, me puse a observar lo que decían las cartulinas y mantas que portaban algunos de los presentes. Me sorprendió una manta de un movimiento (no recuerdo las siglas) que pugnaba por la renacionalización de Ferrocarriles Nacionales y Telmex, por ejemplo. A la princesa, le llamó la atención una que decía que en las próximas elecciones no diéramos ningún voto al PAN ni al PRI y me preguntó discretamente “entonces, ¿por quién quieren que votemos?” Contesté que por las otras opciones, listé rápidamente algunos partidos, entre ellos al PRD y me dijo “¿pero cómo, si me contó el abuelo que el PRD y el PAN se querían juntar para ganarle al PRI? Entonces cómo quieren que le ‘hagamos’, por qué dicen eso si se quieren juntar?” Opté por quedarme callada, sólo le dije que en la casa le explicaba.

El micrófono estaba abierto, prácticamente quien quisiera podía hacer uso de él. Tuve oportunidad de escuchar a gente muy sensata, que hablaba de empatía, de dolor, de no dejarnos caer, de lograr que el miedo se transformara en fortaleza. Se mencionaron varias propuestas de actividades que podíamos realizar como ciudadanos para mostrar nuestro rechazo a la violencia, entre ellas la de poner una cartulina en nuestras casas, a la vista, en la que dijéramos que estábamos en contra de la violencia. Quien lo mencionó dijo que era para ver qué sentía el gobierno al ver todo el país tapizado con esas cartulinas. Otra propuesta, que me pareció buena, fue la de salir a barrer las calles de la ciudad, a manera de “limpia”. Se habló de la importancia de la denuncia, de mostrar rechazo ante cualquier actitud que pareciera ilegal y sobre todo, de denunciar el abuso de autoridad. Hasta ahí todo iba bien. La minimarchista incluso gritaba emocionada “¡México, México!” a coro con el resto del contingente, cosa que me conmovió. Me dijo que porqué no le había dicho que hiciera una de las cartulinas de “No más sangre” que a ella le hubiera salido muy bien. Que quería una playera de ésas o al menos una como la mía.
Después la cosa cambió, entre los presentes comenzaron a gritar consignas contra Calderón del tipo “muera” y cosas de ese tipo. Ahí como que ya no me gustó. En el inter, desde el micrófono alguien decía que toda esta violencia era producto del capitalismo (sic) que con un régimen socialista nunca pasarían esas cosas… (Me tuve que contener para no buscar al interfecto cuando bajó del kiosko, para que me explicara su teoría) y así, poco a poco, el discurso se politizó. De pronto se hablaba de gobierno espurio, de que el ciudadano honrado López Obrador no hubiera permitido que sucediera algo así (sigo con la duda de cuál será la propuesta de dicho ciudadano honrado para combatir el narcotráfico), del SME, de los medios vendidos (sic) y de cosas por el estilo que he escuchado hasta el cansancio. Entonces entendí que nada más tenía que estar haciendo ahí. Que nuevamente, la situación se estaba aprovechando para hacer campaña política, cosa que no me sorprendía. Quizá ilusamente yo, por un momento pensé que era posible hacer una convocatoria CIUDADANA contra la violencia. Porque hasta donde sé, a los delincuentes no se les escapa nadie, ellos no entienden de partidos, de candidatos, de alianzas, de clases sociales, de capitalismo ni de socialismo. Lo único que saben, es que esta sociedad que no logra ni siquiera hacer una voz común de rechazo es el mejor caldo de cultivo para lograr sus objetivos,  que sigamos siendo presa de sus deseos, que reine el desorden y la ingobernabilidad para que ellos tengan campo libre en lo que se decide qué es lo mejor por hacer. Mientras, se decide todo esto, mientras se analiza el mejor “tono” para decir las cosas sin que nadie se ofenda, mientras se habla de pactar o no pactar, que si los gringos violan o no nuestra soberanía, que si estaría bien o mal que los NINIS fueran enrolados o no al ejército, que si debería, o no, implementarse un toque de queda…
Mientras todo eso nos pasa por la cabeza, las cifras siguen aumentando, alguien es asesinado, alguien asaltado en una carretera, otra casa es “cateada” por el ejército por una “denuncia ciudadana”, alguien es retenido por un retén (falso, en el peor de los casos) o simplemente, desaparecido. Mientras, los grupos sociales, aprovechan para hacer campaña… vamos bien.