sábado, 30 de octubre de 2010

Que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero

Conocí a Miguel Hernández por Josefa Velasco, mi maestra de Clásicos de la Literatura en Bachillerato, desde la primera vez que supe de su historia me llamó la atención su vida, su entrega, el tiempo que le tocó vivir y su trabajo.
A Miguel le tocaron los tiempos duros de la España en Guerra Civil, fue encarcelado luego por Franco precisamente por su obra El hombre acecha y murió en prisión, enfermo, apenas a los 31 años, demasiado joven, la muerte le llegó como a muchos otros hombres valiosos les llega, antes de lo que debiera.
Uno de sus poemas que más me gusta es su Elegía a Ramón Sijé, amigo suyo quien también murió muy joven.
En ese poema Miguel muestra su sentir a la partida de un amigo, y, para mí, en una frase refleja todo el sufrimiento: "...Que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma compañero..." pues siempre he pensado que con un buen amigo la plática nunca termina, siempre queda algo pendiente por decir.
Ahora que nos toca vivir estos tiempos difíciles en México, en los que estoy segura tantos amigos han partido antes de tiempo y por lo tanto tantas amistades se han quedado con pláticas interrumpidas, creo que es un buen momento para repensar las guerras y todo lo que implican. Las microhistorias de horror que se tejen en cada una de ellas, así que a 100 años del natalicio de Miguel Hernández, vale, al menos, recordar su obra.

Elegía a Ramón Sijé - Miguel Hernández
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada. En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las ladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

(El rayo que no cesa)

http://www.youtube.com/watch?v=bEHJcoY202M&feature=related

miércoles, 20 de octubre de 2010

Mi problema de memoria

Siempre lo he visto así, mi problema de memoria es simple, tengo muy buena memoria, pero no de la memoria que me puede sacar de apuros recordando, por ejemplo lo que me hace falta en la despensa cuando llego al súper, o el número de teléfono de la casa a donde fue a comer algún miembro de la minibanda, ni la dirección del tapicero, ni la del mecánico, ni la del carpintero de toda la vida. Ni de alguna de las múltiples juntas a las que debo asistir. No, ese tipo de cosas, mi memoria selectiva ha considerado que son inútiles para mí y las desecha, es más, creo que ni siquiera hace el menor esfuerzo por registrarlas la muy rebelde. En cambio,  ha decidido recopilar y archivar minuciosamente una serie de cosas inimaginables. Como el vestido aquél que llevaba el día que me sacó a bailar equis sujeto en una tardeada (aclaración para lectores menores de 25, sí iba a tardeadas y eso de la sacada a bailar era cosa divertida).
Esta memoria casi fotográfica para los atuendos me lleva a una paranoia tal por aquello de no repetir outfits, siempre que voy a salir procuro enlistar a mis acompañantes para ver si puedo o no ponerme determinada combinación. Como si de verdad les preocupara tanto lo que llevo puesto.
Esto de la buena memoria tiene a bien jugarme bromas divertidas, como cuando estoy en una reunión y de repente, recuerdo alguna anécdota que incluye a los ahí presentes, comienzo a reír y lo más divertido es que se las cuento y hasta parece que es una historia totalmente nueva para ellos. A veces comienzan poco a poco a recordar lo que cuento, o tal vez, simplemente dicen que sí pero en el fondo no saben de qué les hablo.
Me puedo acordar de cosas incluso de cuando era muy pequeña, las recuerdo como entre sueños y muchas veces he sorprendido a mis papás con esto. Les cuento algún recuerdo y sí, confirman que lo que les digo, es cierto, hasta en algunos lugares a los que llego y había visitado mucho tiempo atrás, me puedo acordar de ciertas cosas, de la última vez que lo visité, con quién fue, porqué y se me vienen a la mente una especie de flashback que incluyen pláticas, risas y otros sonidos.
Me encanta recordar cosas de todas las épocas en que he sido estudiante, a excepción de toda la tortura que implicaron las matemáticas en mi vida, esas cosas también, mi sabia memoria ha decidido borrarlas, para bien o para mal. Por ejemplo, las lecturas de los libros de la SEP aún me gustan mucho y me encanta que sigan publicando algunas historias de cuando yo estaba en Primaria. Hace poco retomé uno de estos libros y reí al ver que sigue apareciendo la historia de Palitroche (por favor, ¡díganme que la recuerdan!)
En otras ocasiones sucede con los aromas, pasar por una panadería me remonta inmediatamente a la época en que habité sobre una de ellas y todo el santo día olía a esa mezcla de harina, levadura y demás ingredientes en el horno. Es una reminiscencia inmediata que me gusta disfrutar. Cerrar los ojos casi me produce una teletransportación. Lo mismo me pasa con un perfume, si alguien es capaz aún de usar Obssession, Eternity, esas cosas entre sexosas y dulces creadas por Calvin Klein en los noventa, y se le ocurre pasar cerca de mí, la sonrisa me brota de inmediato, comienzo a recordar distintas aventuras, la disco, las fiestas, arreglarme para salir, las amigas, etcétera… y si el aroma en cuestión es el empalagosísimo Ted by Lapidus o el fresa Colors de Benetton pues los recuerdos se van hasta la adolescencia: Timbiriche, Flans, fleco parado, holanes y cosas por el estilo, comienzan a hacer acto de aparición en mi mente y mejor me guardo lo que sucede cuando alguien se atreve a pasar oliendo a Drakkar Noir…
Entre otras características que no sé si se puedan considerar cualidad o defecto, parezco cancionero Picot andante, me sé canciones de los más diversos estilos, desde rondas infantiles de esas que ya ni se escuchan, pasando por todo el catálogo ochentero, cumbias extrañas, muchas (quizá demasiadas) norteñas y rancheras que tengo guardadas, creo que en el subconsciente pues no sé exactamente cómo es que me las he aprendido. Ahí en el archivo musical también tengo, las horrendas de los noventa, algunos jinggles y tonadas de distintas canciones que de repente brotan solas en mi mente y me cuesta trabajo unir a su letra y cantante originales. Y sí, he de confesar que también me sé coreografías de memoria, desde hace no sé cuántos años, a toda canción que se le haya creado una, de seguro la tengo registrada, y lo que es peor, a la menor provocación, la saco a relucir.
Y de los sabores, mejor no hablo, me gusta recordar mi infancia con los sabores de los platillos de mis 2 abuelas, con las especialidades de mi mamá y con platos que he probado en otras ciudades o lugares y que tengo oportunidad de volver a probar, ese simple hecho me lleva de nuevo a revivir todo un viaje y sus aventuras por supuesto. Con un platillo puedo recordar una fiesta, una reunión, una buena charla o hasta un malestar provocado por algo en descomposición.
Afortunadamente mi buena memoria no sabe de rencores. Normalmente hace una especie de mezcla mágica ayudada de la perspectiva que dan la distancia y el tiempo, un poco de sensatez, una sacudida para liberarse de las cargas inútiles y ¡listo! Asunto arreglado. A lo mucho, le llega a la nostalgia, pero ésa también he aprendido a disfrutarla.
Estoy plenamente convencida de que tiene mucha razón quien me ha dicho varias veces, que yo, no soy histérica, nomás histórica.



lunes, 11 de octubre de 2010

Cuando el infierno nos hace reir




Cuando el infierno nos hace reir
Conocí a los hermanos Almada en el cine Silvia, cuando pasaba mis veranos en Higuera de Zaragoza, el pueblito sinaloense donde nació mi mamá. Era un cine fabuloso, sin techo por aquello del calorón y con largas bancas de madera como de parque. Ahí tuve a bien conocer aquellas películas en las que los hermanos Almada luchaban contra el narcotráfico vestidos de judiciales, pude ser testigo de cómo en el cine todos se emocionaban al ver los balazos y claro, los Almada, Valentín Trujillo y todos sus socios al final, siempre se quedaban con la buenota y claro, siempre acababan con los rufianes.
Hace poco volví a ver a uno de los Almada en el cine, a don Mario, en El Infierno, película que ví pues me dijeron no me podía perder. No soy crítica de cine, pero hubo varias cosas que me llamaron la atención de esta película, para empezar reconozco que sí, tiene buenas puntadas, que me hicieron reír, pero no al grado en el que reía la mayoría de la gente en la sala. Había cosas con las que más bien, me daban ganas de llorar por reales y crudas, más cuando se notaba el apoyo de todos hacia los narcos protagonistas.
No creo que haya sido una película que me revelara nada que no supiera, me pareció más bien, un resumen de poco más de dos horas de todas las noticias que vemos diario en la televisión en cápsulas de 30 segundos. Notas sobre muertos, balaceras y pueblos sin ley que son ya tan abrumadoras que simplemente no se les da seguimiento, surgen así, en la locura entre bajas y altas de la bolsa de valores, huelgas europeas, declaraciones de AMLO, Peña Nieto y secuaces, escándalos de artistuchas sin mérito, etcétera. Simplemente quienes hicieron esta película se dieron a la tarea de reunir esta información suelta y ponerla con un toque de humor ácido en poco más de 2 horas.
Me sorprende, más bien, el hecho de que haya sido patrocinada en gran parte por IMCINE con su proyecto con motivo del Bicentenario para promover películas mexicanas. La idea parece como baño de pureza, como para que veamos que no limitan la libertad de expresión, aunque en la película el gobierno quede barrido y trapeado. Pero con esto, al menos creen, lavarse un poco las manos.
Por cierto, también fue en Sinaloa donde conocí, hace mucho tiempo, la historia de El Cochiloco original, un narco de los de antes, que, en lo que cabe y viendo la situación actual, se daba a respetar. Historias de las que ya se escuchaba desde los setenta por aquellos rumbos y que ahora lamentamos, no se hayan sabido arrancar de tajo en su momento.
Hay varias alegorías en la película dignas de llamar la atención por su simple representatividad, no quiero repetirlas todas por aquello de que habrá quien lea esto sin haberla visto, pero son quizá esas alegorías lo mejor de la película: un escudo nacional ensangrentado en un atril, narcotraficantes retratados con expresidentes y con el Papa, chavos que deciden cobrar venganza por la muerte de sus padres narcos, demostrándonos que esta guerra está lejos de terminar.
En lo personal, me parece una de las escenas más representativas de todo El Infierno es el momentito en el que aparece don Mario Almada como chivero, ahí sí, me quise poner a llorar literalmente, como niña chiquita que no distingue a los personajes de los actores, recordé a aquel señor vestido de judicial, siempre luchando contra el narcotráfico y ví como con esto el director nos muestra la crudeza de nuestra realidad, los del lado de los buenos, quienes se supone estaban originalmente para defendernos, han decidido cambiar de bando. Cosa que no es novedad tampoco, ni algo que desconociera, pero ver que la sala entera riera de esas cosas creo que me sobrepasó. Por supuesto que no creo que se debiera a falta de sentido del humor de mi parte ni mucho menos. Me encanta la ironía y el sarcasmo, pero hay cosas que me duelen y duelen mucho.
Reconocer que la realidad que retrata esa película es la que se vive en muchos pueblos de nuestro país, duele. Ver que esto no pinta para que salgamos de esa guerra por la falta de estrategias adecuadas, de oportunidades, de educación, de principios y de muchas otras cosas, duele aún más.
Pero salir del cine, comentar que qué fuerte está la película, irte a cenar y luego a dormir pues crees que no tienes nada que ver con lo que se presenta, definitivamente eso sí, me parte.
¿Cuántas películas más tendremos que ver sobre el tema hasta que se vuelvan a reconocer bien a bien quiénes son los buenos y los malos?
¿Seguiremos conformándonos con ver pasar supuestos héroes y villanos de un bando a otro así sin más en la vida real? ¿Seguiremos cruzados de brazos al ver noticias de muertos, desaparecidos, secuestros, falsos retenes y lo que se acumule para luego, simplemente paralizarnos por el miedo y ya?

lunes, 4 de octubre de 2010

Sencillos deseos y la magia de un poema de la Belli

Este es precisamente el poema de Gioconda Belli que en el post previo les comentaba que en cierta ocasión me cayó como anillo al dedo y produjo resultados mágicos, puso las palabras justas que requería en el momento preciso y lo que sucedió, mejor me lo guardo.

Sencillos deseos

Hoy quisiera tus dedos
escribiéndome historias en el pelo,
y quisiera besos en la espalda,
acurrucos, que me dijeras
las más grandes verdades
o las más grandes mentiras,
que me dijeras por ejemplo
que soy la mujer más linda,
que me querés mucho,
cosas así, tan sencillas, tan repetidas,
que me delinearas el rostro
y me quedaras viendo a los ojos
como si tu vida entera
dependiera de que los míos sonrieran
alborotando todas las gaviotas en la espuma.
Cosas quiero como que andes mi cuerpo
camino arbolado y oloroso,
que seas la primera lluvia del invierno
dejándote caer despacio
y luego en aguacero. Hoy quisiera tus dedos
escribiéndome historias en el pelo,
y quisiera besos en la espalda,
acurrucos, que me dijeras
las más grandes verdades
o las más grandes mentiras,
que me dijeras por ejemplo
que soy la mujer más linda,
que me querés mucho,
cosas así, tan sencillas, tan repetidas,
que me delinearas el rostro
y me quedaras viendo a los ojos
como si tu vida entera
dependiera de que los míos sonrieran
alborotando todas las gaviotas en la espuma.
Cosas quiero como que andes mi cuerpo
camino arbolado y oloroso,
que seas la primera lluvia del invierno
dejándote caer despacio
y luego en aguacero.

Cosas quiero, como una gran ola de ternura
deshaciéndome un ruido de caracol,
un cardumen de peces en la boca,
algo de eso frágil y desnudo,
como una flor a punto de entregarse
a la primera luz de la mañana,
o simplemente una semilla, un árbol,
un poco de hierba.

domingo, 3 de octubre de 2010

Y dios me hizo mujer



Hace alrededor de un año descubrí a esta gran poetisa nicaragüense, Gioconda Belli, su poesía apareció en mi vida como por arte de magia, de esas veces que quieres decir algo y no te sale y resulta que topas con alguien que lo ha dicho mejor de lo que lo podrías haber hecho tú. Con las palabras precisas.
Más adelante les compartiré lo que me encontré en aquella ocasión.
Ahora, buscando otra cosa, me encuentro con esto que también es de ella y aquí lo dejo, por el puro gusto de celebrar que soy mujer.

Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvasy pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.